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Actualizado: 22 de junio de 2025


A menudo, sobre todo en las ferias, jugaba al monte y hasta al cañé; y lo que es peor, era tan desgraciado o tan torpe, que casi siempre perdía. Para consolarse apelaba a un lastimoso recurso: gustaba de empinar el codo, y aunque tenía un vino regocijado y manso, siempre era grandísimo tormento para una dama tan en sus puntos tener a su lado y como compañero a un borracho.

8.º Que en todos los teatros hubiese asientos separados para los dos sexos, con distintas entradas. 9.º Que en las universidades de Alcalá y de Salamanca, no se representase más que en tiempo de ferias. 10Que el permiso concedido á cada compañía durase sólo un año, debiendo después renovarse.

Además, los trenes iban atestados de viajeros, gentes que acudían a las ferias de las ciudades para presenciar las corridas. Muchas veces, Gallardo, por miedo a perder el tren, mataba su último toro en una plaza, y vestido aún con el traje de lidia, corría a la estación, pasando como un meteoro de luces y colores entre los grupos de viajeros y los carretones de los equipajes.

Al mes de esto, como no sabía trabajar la tierra ni manejar el ganado, y de aquellas riquezas que tenía «por su casa», según dijo de soltero, no se veía un maravedí para levantar las cargas de su nuevo estado, cogió lo que le quedaba de su tenducho y se fue a correr ferias y mercados con ello. Volvió a los dos meses, muerto de hambre, mal encarado y peor vestido.

Lo dicho, es una treta mía con la cual me he ganado muy buenos cuartillos de cerveza allá en las ferias de Hanson, repuso Tristán levantándose y sonriendo satisfecho. La flecha ha caído á ciento treinta pasos más allá de la quinta pica, dijeron varios arqueros y soldados. ¡Seiscientos treinta pasos!

El tal, que era mercachifle de estos que ponen puestos en las ferias, pretendía una plaza de contador de la depositaría de un pueblo. ¡Valiente animal! Me atosigaba con sus exigencias, y aun con amenazas, y no tardé en comprender que lo que quería era sacarme dinero. La pobre Fortunata no me decía nada.

Algo pudiera haber de todo. Lo cierto es que no iba jamás á Langreo ó á las ferias de Oviedo con ganado que no trajese en las alforjas algún pañuelo ó pendientes ó sarta de corales para su hija idolatrada. Y es lo curioso que aunque siempre compraba lo más lindo y magnífico que el comerciante le presentaba, á la tía Felicia nunca le parecía el regalo bastante rico.

Los payos se subdividían en pordioseros, que iban todas las mañanas a Madrid a mendigar en las puertas de las iglesias, y quincalleros, que en el verano vagaban por las ferias de Castilla vendiendo baratijas y durante el invierno organizaban juegos tramposos en las afueras o tomaban parte en algún robo, si se ofrecía ocasión.

Los autos contenidos en este volumen, hoy muy raro, son: El villano en su rincón, El hospital de locos, Los cautivos libres, El phénix de amor, La amistad en el peligro, Psiquis y Cupido, El hombre enamorado, Las ferias del alma, El peregrino, La serrana de Plasencia, El hijo pródigo, El árbol de la vida. Las dos comedias se titulan, El nacimiento de la mejor y El Angel de la guarda.

Después volvían, lamentándose de la decadencia del chalaneo. Había que esperar las grandes ferias del verano. En el mercado de Madrid apenas se veían compradores; todos eran gitanos... ¡y cómo iban a engañarse entre ellos!...

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