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Actualizado: 5 de junio de 2025
María, sin responder una palabra, se dejó conducir por la condesa a un sillón colocado entre el piano y el sofá. Rita, para estar más cerca de ella, había dejado su puesto ordinario y colocádose junto a Eloísa. ¡Jesús! dijo al ver a María , si es más negra que una morcilla extremeña. No parece añadió Eloísa sino que la ha vestido el mismísimo enemigo.
Y fue de ver como el señor Joaquín, ensanchando los horizontes de su comercio, acaparó todas las especialidades nacionales culinarias: tiernos garbanzos de Fuentesaúco, crasos chorizos de Candelario, curados jamones de Caldelas, dulce extremeña bellota, aceitunas de los sevillanos olivares, melosos dátiles de Almería y áureas naranjas que atesoran en su piel el sol de Valencia.
Le di las gracias, no sin dejar de echarle una larga mirada de inteligente satisfecho. Ella bajó la suya, ruborizándose. Era la primera vez que veía esto en Sevilla. Recordando la escena de por la mañana en la fábrica, le dije: Apostaría a que no es usted cigarrera. No, señó; soy planchadora. ¿De Sevilla? De Badajoz. ¡Ah! ¡Es usted extremeña!
Ramiro se entretenía en curiosear los misterios de la techumbre o en contemplar la ciudad y los horizontes, desde aquella elevación que producía en todo su ser el antojo de un vuelo fantástico. Franco era mezquino de cuerpo. Cuando algo le preocupaba mascábase el bigote nerviosamente. Su mujer, Aldonza González, a quien todos llamaban la extremeña, era, en cambio, garrida y vigorosa.
Y todos los días, durante un siglo, chirriaban al amanecer las puertas del caserío vasco, del tapial pardo de Castilla, del casuchín morisco enjalbegado y oprimido en la calleja andaluza, de la corralada extremeña envuelta en olor de estiércol cerduno, y los mozos emprendían la marcha, ligeros de ropa y ágiles de piernas, cantando como los mancebos que encontraba Don Quijote en sus correrías, con una vieja espada al hombro a guisa de bordón de peregrino y pendiente de ella el hato de ropa con toda su fortuna: unas calzas nuevas, los gregüescos, dos camisas, un rosario, unos naipes gastados, lo más preciso para llegar a virrey o a marqués de título sonoro y exótico al otro lado del mar.
Palabra del Dia
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