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Actualizado: 25 de julio de 2025


A corta distancia se ve brillar a través del ramaje la limpia superficie de un estanque de agua clarísima, que encierra el bosque por aquel lado una vasta muralla de cristal y que atrae sobre sus bordes una multitud innumerable de pajarillos.

A cada paso que da Ignacio, el protagonista de la novela, salta una o más cuestiones, como saltan las ranas cuando alguien va andando por la húmeda orilla cubierta de larga hierba de un estanque o de una laguna. Así como las ranas, espantadas, se zambullen en el agua, así las cuestiones que usted suscita se quedan por resolver y se pierden en la corriente de los sucesos que usted va contando.

13 Y Joab hijo de Sarvia, y los criados de David, salieron y los encontraron junto al estanque de Gabaón; y cuando se juntaron, se pararon los unos a un lado del estanque, y los otros al otro. 14 Y dijo Abner a Joab: Levántense ahora los jóvenes, y maniobren delante de nosotros. Y Joab respondió: Levántense.

No le tenga lástima, señorita; es un diablillo, más travieso que un mico.... Lo que no hice yo para enseñarle a leer y escribir, para acostumbrarle a que se lavase esos hocicos y esas patas.... ¡Ni atándolo, señorita, ni atándolo! Y está más sano que una manzana con la vida que trae. Ya se ha caído dos veces al estanque este año, y de una por poco se ahoga.

Algunas sombrillas sutiles ó incoloras vivían en el estanque bajo el amparo de un segundo encierro de cristal, y apenas si su mucosa vaporosidad se marcaba dentro de la campana como una débil línea de humo azul.

Una casualidad, poco singular, para ser franco, me condujo, al cabo de una hora de camino, al retirado valle y sobre el borde del estanque que había sido teatro de mis recientes proezas. El cerco de follaje y de rocas que rodea el pequeño lago, realiza el ideal mismo de la soledad. Allí se está verdaderamente en el fin del mundo, en un país virgen, en la China, ó donde se quiera.

También se colocó en el centro del estanque la estatua del guerrero que fundió el célebre Bartolomé Morell el siglo XVI y que coronó la fuente en la plaza de San Francisco.

Después de algunas palabras de vulgar despedida y de una significativa mirada en que puso la señora Miguelina una súplica de silencio, tomó el caballo el trote por el camino del estanque. El cielo estaba cubierto y una ligera neblina humedecía el rostro y las manos.

Cuando los ojos se fueron acostumbrando, observamos allá en el fondo, brotando de la peña, un raudal enorme, verdadero río, que caía en un estanque cerrado toscamente por piedras. El sitio era el más grato que pudiera hallarse en tal instante. La frescura singular que se sentía dilató nuestros pechos, harto oprimidos, y nos hizo prorrumpir en exclamaciones de bienestar. Nadie quería salir de allí.

El chico, sin vacilar, se fue corriendo al pequeño estanque de una fuente de mármol y comenzó a echarse agua a la cara. En vez de quitarse la tierra, la esparció de tal modo por sus rosadas mejillas que daba horror. Reynoso no pudo menos de soltar la carcajada. El niño comenzó a llorar perdidamente. Entonces su hermanita se brindó con maternal solicitud a lavarle.

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