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Actualizado: 9 de junio de 2025


La marquesa, la anciana señora de virtud intachable, de educación exquisita, escuchaba aquel torrente de denuestos muda e inmóvil, con la cabeza baja y las lágrimas en los ojos, semejante a la estatua de la paciencia, contemplando sus propios sufrimientos.

Al año siguiente murió el prelado, y sus albaceas le erigieron en su capilla un gran mausoleo, suntuoso á la manera que esto se hacia en aquella época, es decir, con urna de forma estraordinaria sostenida de leones de raza imposible, con profusion de molduras y embutidos, y su estátua barroca encima cobijada por un abultado pabellon de jaspe.

Aunque aquella hermosa estatua le pertenezca, siente que no es suya, que hay en ella algo que se rebela, un fondo de ternura apasionada que no se entrega, que se guarda como en reserva. Y como le es imposible sospechar siquiera que en el corazón de su mujer tiene un rival, se culpa a mismo, y un poco también a lo que le rodea.

Una basa de estátua de marmol de una cuarta de alto y dos cuartas y media de ancho; tres capiteles de columna de marmol el uno de palmo y medio de alto y los otros dos menores.

Se deleitaba en la contemplación de la mujer como la fría estatua de una fuente parece recrearse entre las ondas que la ciñen. Placer, peligro, dicha y dolor, todo lo tenía a su lado; y él, como invadido el espíritu por sólo un impulso, no sentía más que la admiración de la belleza en lo que tiene de ideal, sin que nunca llegaran los deseos a hostigarle con su aliento de fuego.

En la lámina están unas niñas griegas, poniendo sus muñecas delante de la estatua de Diana, que era como una santa de entonces; porque los griegos creían también que en cielo había santos, y a esta Diana le rezaban las niñas, para que las dejase vivir y las tuviese siempre lindas.

Estéban Lesperut, así se llama, toca ese grado de lucidez interior, en que el hombre toma la costumbre de amar el pensamiento de la muerte, como si se tratara del último misterio que su destino le ordena descifrar; en que el hombre se ofrece á nuestra fantasía de un modo semejante á la idea de silencio, de espíritu, de historia, de inmortalidad casi, en que el hombre es el canto del tiempo, colocado entre el mundo y Dios, como una estátua está colocada entre el genio de un artífice y los ojos del que la mira.

Don Quijote iba sentado en la jaula, las manos atadas, tendidos los pies, y arrimado a las verjas, con tanto silencio y tanta paciencia como si no fuera hombre de carne, sino estatua de piedra.

A lo largo de ámbos ríos hay muelles espaciosos, donde atracan centenares de barcas y botes, y muchos vapores planos, de construcción especial para la navegacion del Ródano y del Saona. La plaza de Tholozan, á la orilla derecha del Ródano, no es notable sino por la hermosa estatua de bronce del mariscal Suchet, duque de Albufera, que hizo la guerra en España en 1808 y los años siguientes.

La Avenida de Diana debía su nombre a una antigua estatua, cuyo zócalo era lo único que quedaba en pie. Lugar tan retirado y misterioso, era a propósito para paseos y coloquios de enamorados. Pero, sin embargo, fue una grande imprudencia la de Juana, la de elegirlo para su despedida del oficial de cazadores.

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