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Lo que de tengo que decirle es poca cosa, y podría reducirse a algunas palabras nada más: un campesino que se aleja un momento de su aldea, un escritor descontento de mismo que renuncia a la manía de escribir; y el techo de la casa nativa destacándose sobre el comienzo y el final de su historia.

Dostoievsky, escritor ruso, y Silvio Pellico, italiano, han narrado ambos la historia de sus martirios en la prisión donde por causas análogas estuvieron encerrados. El libro del primero titulado Recuerdos de la Casa de los Muertos es más original, su sentimiento quizá más profundo, su observación sin disputa más delicada.

Te entrego mi estómago, un poco estropeado por las salsas al por mayor le dije al darle posesión de su cargo , y espero que me lo trates bien. El estómago es el alma del escritor. Con un poco de acidez o de flatulencia, yo haría una literatura triste y perdería lectores. Al nombrarte mi cocinera, te nombro, en realidad, mi colaboradora.

Por el contrario, el escritor apasionado se alivia escribiendo, como si lanzase fuera de la ponzoña que le corroe y mata. Escritor de esta última clase, en la presente ocasión, el P. Enrique depositó en el papel, con el desorden que hemos visto, sus más negros y envenenados pensamientos. Hizo luego un violento esfuerzo sobre , y se quedó relativa y aparentemente tranquilo.

Regla séptima: Un Autor coetaneo á un suceso es de mayor autoridad que muchos, si son posteriores. Si se fundan en la fe del Autor coetaneo, no merecen otro crédito que el que se debe dar á este: si se fundan en la tradicion, se ha de ver, si algun grave Escritor, que tenga las calidades arriba expresadas, se opone, ó no á ella.

Abentofail hubo de ser, sin duda, un escritor muy fecundo: lo que llamamos ahora un polígrafo. Escribió de astronomía, de medicina y de varios otros asuntos; pero todo o casi todo se perdió, y sólo poseemos las aventuras de Hay Benyocdan o sea El filósofo autodidacto, aceptando el título que se ha dado a la novela al traducirla en latín de la lengua arábiga.

Merced a su estilo prodigioso, don Rosendo escribía con la misma facilidad un artículo sobre la libertad de cultos, que redactaba un informe acerca de la industria pecuaria. Sus enemigos decían que cometía muchos galicismos. ¿Y qué? En el mero hecho de prohijarlos un escritor de tal valía, dejaban de serlo, y se convertían en puras y castizas locuciones castellanas.

Luis de Belmonte, poeta, escritor de comedias, era oído también en los teatros en la misma época en que la comedia española, con las obras de Lope de Vega y de otros, aventajaba á las de todas las demás naciones de todos los tiempos; es el mismo que escribió las Hazañas de Don García Hurtado de Mendoza, 1622.

A más de un escritor debia bastar su oficio, como basta su claustro al monje. ¿Qué son algunos escritores, sino monjes de otro convento, frailes de otra religion? ¡Ay! no está en esto lo penoso de la órden, sino en que son monjes sin claustro.

"¿Qué es él?" pregunta con una especie de murmullo una de las dos graves sombras de mis antepasados á la otra. "¡Un escritor de libros de historietas! ¿Qué clase de ocupación es esta? ¿Qué manera será esta de glorificar á Dios, y de ser durante su vida útil á la humanidad? ¡Qué!