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Actualizado: 17 de mayo de 2025
La novela participa, como ya he dicho, de la naturaleza del drama y de la de la epopeya, pero más, á mi juicio, de la última. Ahora bien, ¿cuál es este objeto absoluto y estético que el poeta épico y el novelista persiguen?
No fue sólo la epopeya la que pervirtió la ortodoxia muslímica de los habitantes de Chiraz y de toda su comarca, sino también los cuentos y novelas que después se escribieron, los tratados de filosofía moral harto poco severa, y más que nada, la poesía lírica, consagrada a ensalzar el vino, los amores y toda clase de deleites.
La última comedia mencionada, por ejemplo, cuyo argumento es la historia de los infantes de Lara y su sangrienta muerte; después El conde Fernán González, en la cual aparece el famoso héroe nacional castellano, celebrado ya en la epopeya del siglo XIV, y los dos, cuyo protagonista es Bernardo del Carpio, á saber El casamiento en la muerte y Las mocedades de Bernardo del Carpio, se ajustan estrechamente á antiguos romances, que se conservan, cuyas palabras se copian á veces en ellos.
Aunque no creemos en la epopeya trascendental, comprensiva y omni-docente, creemos que el poeta canta a veces lo que no se dice; va más allá del punto a que llega el hombre científico con la reflexión y con el estudio; y adivina y vaticina, y se eleva a esferas inexploradas, adonde el saber humano no llegó todavía; pero si todo está en el ritmo o en la poesía pura, es inútil traducirlo en prosa.
La misma princesa de los Tupinambas, la divina Paraguassú, heroína de la epopeya nacional, si hubiera resucitado y se le hubiera presentado, le hubiera parecido un adefesio.
En la epopeya y en el drama se concibe esto con toda claridad. Tiranos, refinados traidores, monstruos de iniquidad podrán aparecer en el drama o en el poema épico, pero en el pecado llevarán la penitencia, y la reprobación universal será su castigo.
Las batallas y alborotos pertenecen á la epopeya, y sólo se han de contar en el teatro. »Admírase Fadrique del escaso número de espectadores, que hay, habiendo de representarse por primera vez una pieza, á lo cual contesta Alonso López, que cierto bailador de cuerda atrae á otra parte la gente.
Ya había pasado para España el tiempo, en que nacen las verdaderas epopeyas nacionales, y tuvo que contentarse con los libros de caballería, algo semejantes á la epopeya, y también obra suya.
Escribió un drama heroico, un drama caballeresco, la epopeya de los conquistadores en las Indias vírgenes, con estrofas sonoras en las que vibraba un tintineo de espadas y corazas, y los profesionales recibieron sonriendo como hienas a este niño de buena familia que venía a quitarles el pan de la mesa. Muy bonitos los versos, pero «aquello no era teatro». Resultaba demasiado poeta para la escena.
Estremecíase aún al recordar el final de la gran epopeya, ante la pira fúnebre rematada por el cadáver del héroe, cuando, tremolando la antorcha vengadora que convierte en cenizas el reino de los dioses, expresaba su pena y su sabiduría. Era su tristeza la de la mujer superior que ha amado a un ser ligero, valeroso e inconstante, y en la hora suprema lo plañe y disculpa sus faltas.
Palabra del Dia
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