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Luego, volviéndose a Ángel, que continuaba mudo y cada vez más aturdido, dijole entregándole el retrato: Tómale, hijo, ya que le deseas..., como es natural; pero procura no tenerle delante cuando medites sobre lo que te he dicho, para resolver lo que te conviene.

Allá abajo, en la trastienda de La Cruz Roja, a la que no se pasaba, desde la casa del Magistral por sótanos, como suponía la maledicencia, sino por ancha puerta abierta en la medianería en el piso terreno, doña Paula, subida a una plataforma, ante un pupitre verde, repasaba los libros del comercio y en serones de esparto y bolsas grasientas contaba y recontaba el oro, la plata y el cobre o el bronce que Froilán iba entregándole, en pie, en una grada de la plataforma, más baja que la mesa en que el ama repasaba los libros.

Prosigue D. Álvaro de Sande. Quiso Dios que el día siguiente, que fué á 2 de marzo, no solamente se mejoró el tiempo para ir á nuestro viaje; pero refrescó tanto al contrario, que partiendo con él para los Gelves, conforme á la determinación que se había tomado, que en menos de diez días fuimos surtos al cabo que llaman de Valguarnera, que es lo último de la isla á la parte de poniente, y donde es la parcialidad más enemiga de turcos, y era la obstinación de los tiempos malos tanta, que estuvimos sin poder desembarcar cinco días; y contra la opinión que llevábamos, no solamente á los moros les pesó de nuestra ida allí, pero nos negaron las vituallas, y el día siguiente, que nos desembarcamos, que fué á los 8 de marzo, por defendernos los pozos, dieron la batalla; y acampándose juncto con nosotros, estuvieron cinco días, hasta que visto que el Duque quería volver á pelear con ellos, se rindieron y sometieron á la devoción de V. M., echando los turcos del castillo é entregándole, é con las demás condiciones que V. M. habrá visto.

Respondiendo a sus discretas preguntas, fui entregándole, con el pasaporte, toda mi hoja de servicios y merecimientos, que, en Dios y en mi ánima lo juro, nunca me parecieron menos ni más dignos de ser desconocidos; y eso que sólo declaré los más indispensables.

¿Qué te ha dicho el padre Cifuentes?... Me dio para ti esta carta contestó Jacobo entregándole una. Leyóla también la marquesa como si le fuera desconocida, y aparentando darle un alcance que por ningún concepto tenía, dijo vivamente, con aire de satisfacción grandísima: Esto es ya otra cosa... El voto del padre Cifuentes es para decisivo, y me tienes por completo de tu parte.

La maestra del partido estaba ya a su lado, entregándole con solicitud el tabaco, acomodando los chismes, explicándole detenidamente cómo había de arreglarse para empezar. Y Amparo, en un arranque de orgullo, atajaba a las explicaciones con un «ya cómo» que la hizo blanco de miradas.