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Actualizado: 19 de junio de 2025


Y entornando los párpados con expresión acariciante detrás de los vidrios de sus gafas, el profesor desapareció rampa abajo. Sólo entonces el Hombre-Montaña bajó los ojos para mirarse á mismo, fijándolos en su pecho. Por la abertura entreabierta de su bolsillo superior veía la cabecita de Ra-Ra, encogido en el fondo de este refugio.

Luego, tras el breve relato que le hizo el señor de todo lo ocurrido en la noche, examinó, entornando los ojos con una expresión de inteligente, los dos agujeros abiertos por las balas en la pared. ¿Y usted tenía la cabeza aquí, donde la tengo yo?... ¡Futro!... Su mirada reflejó admiración, devota idolatría, ante aquel hombre portentoso que acababa de salvarse por un verdadero milagro.

Pensóse entonces en traer el santo Viático al enfermo, y este acogió la noticia entornando los ojos con humildad profunda, diciendo siempre: ¡A !... ¡A !...

La cigüeña se dejó acariciar y mostró la satisfacción y el gusto que aquellas nobles caricias le causaban, entornando los párpados como si se adormeciese y restregando suavemente el largo cuello sobre la vestidura de la linda dama. Pasó ésta la mano por el cuello de la cigüeña, bajándola hasta el ancho buche, cubierto todo de abundantes y blancas plumas.

¡Vaya si lo tienen, vaya si lo tienen, carambitadijo la sibila con expresión de suficiencia, moviendo la cabeza y entornando los ojos.

Pero la entrevista de la noche fue menos cordial. Se mostró Ojeda malhumorado por la resistencia de Mina. En vano, aprovechando la escasez de paseantes después de terminado el concierto, iban los dos hacia «el rincón de los besos». Inútilmente permanecía ella con la cabeza en su hombro, prendida de su boca en una caricia prolongada, interminable, entornando los ojos.

La llegada de un acólito del tío Caragòl les hizo recobrar su tranquilidad. Traía dos enormes vasos llenos de un cocktail rojizo y espumoso; embriagadora y dulce mixtura, resumen de todos los conocimientos adquiridos por el cocinero en su trato con los borrachos de los primeros puertos del mundo. Ella probó el líquido, entornando los ojos como una gata golosa.

¡Lagarto! ¡lagarto! murmuraban, entornando los ojos para no ver lo que estaba sobre sus cabezas. Otros, ni aún valiéndose de este conjuro se atrevían á pasar adelante, y en pleno invierno, con las manos en la faja y echando chorros de vapor por la boca, preferían mantenerse fuera, esperando que Friterini, el criado del boliche, les sacase los vasos.

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