United States or Malta ? Vote for the TOP Country of the Week !


No: callaré, callaré, aunque usted me insulte, aunque usted aparente dudar de mi veracidad para que la indignación me haga romper el silencio. ¡Pues qué!, si yo dijera que un elevado personaje, el más poderoso que hoy existe en el mundo, se decidió al fin a transigir conmigo, después de una enemistad que data de la paz de Luneville; si yo dijera que los preliminares de negociación que entablé para evitar a España los horrores de la guerra comenzaban a dar resultado, cuando algunos hombres pérfidos, ¡ah!..., si yo dijera esto... Pero no: mi sobrina me mira como para incitarme a seguir hablando, y usted, Sr. de Malespina, me mira también... Mas no: punto en boca, y cesen las impertinentes preguntas que en vano amenazan el inexpugnable alcázar de mi discreción.

En aquel instante venía el inspector, que se había separado cuando entablé conversación con la cigarrera, y dijo sonriendo: Me ha revuelto usted el taller. Concluya usted pronto, porque estas niñas tienen, al parecer, ganas de bronca. ¡Bronca! ¡Bronca!... ¡Bron...ca! ¡Bron...ca! empezaron a repetir las cigarreras. El grito se extendió por todo el taller.

Cuando se entable la navegacion de aquellos rios, y el tráfico directo del comercio de esas regiones con la Europa, este punto, que está al abrigo de las inundaciones, podrá servir ventajosamente para el establecimiento de un puerto, donde se embarcarán los frutos procedentes de las montañas situadas al nordeste de Cochabamba, y de Valle-Grande.

A los pocos días de entrar en la escuela entablé amistad con dos chicos que han seguido siendo amigos míos hasta ahora: el uno, José Mari Recalde; el otro, Domingo Zelayeta. José Mari era hijo de Juan Recalde, el Bravo. Llamaban así a su padre por haber demostrado, repetidas veces, un valor extraordinario; José Mari iba por el mismo camino: se mostraba arrojado y valiente.

Hace ya no pocos lustros, durante mi noviciado como pupilo de casa de huéspedes, entablé pronta amistad con otro pensionista, estudiante de medicina, quien primero suscitó mi curiosidad hacia los misterios hipocráticos y luego me inició en ellos. Con él asistí a un parto, en San Carlos. Hay dos espectáculos que el hombre debe presenciar alguna vez: uno es la salida del sol; otro es un parto.

De la farmacia nos fuimos a la Casa de Socorro, y de la Casa de Socorro a la Comisaría. Entablé mi reclamación y me fui a la cama, donde, a los quince días, recibí una comunicación del Juzgado de Atarazanas. Por fin ha llegado la mía pensé. Pero, al leer la comunicación, sufrí un horrible desengaño.

Nacieron de aquí la confianza y alguna familiaridad, hasta donde es lícito y decoroso que la familiaridad se entable entre una dama principal y una trabajadora plebeya; pero al fin, como doña Inés tenía que mostrarse a Juanita en paños menores para probarse corsés y vestidos, ¿qué mucho que la confianza naciese y creciese?

Nunca volví a ocuparme de mi tío Juan de Aguirre, que en mi infancia tanto me preocupó; pero un día iba en una de esas canoas que cruzan la bahía de Manila conduciendo el pasaje, y que llaman guilalos, cuando entablé conversación con un viejo capitán vasco que mandaba un bergantín, y al decirle que yo era de Lúzaro, me preguntó: ¿Usted sabe algo de la vida de Juan de Aguirre? No.