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Además, en política no hay secretos; todo acaba por saberse, aunque confusamente; y es casi seguro, aunque yo no lo hubiera dicho, que todo el mundo habría concluído por saber, o por sospechar, al menos, que don Eleuterio está dispuesto a ser ministro.

Ya ve Petrona que en vez de una charlatana, como ella me llama en su colérica carta, he sido prudente y he obrado con suma discreción, velando por los intereses, siempre sagrados, de la patria. Lo inconveniente, por lo tanto, hubiera sido guardar el secreto, ocultando que los deseos de todo el mundo y de don Eleuterio son felizmente coincidentes.

Figúrate; veinticinco años de abstención. ¿Quién está tantos años abstenido? Además, no tenía derecho Eleuterio de privar al país del concurso de su talento. Es lo que le dijo el general Roca y le repitió el doctor Pellegrini. «El país necesita de usted» le dijo el general. Ya sabes la habilidad que tenía el general para atraerse a los hombres de valer.

Si Eleuterio fuera a Agricultura, , se arreglaría todo; porque estando él en el gobierno nadie se atrevería a mover a mis yernos. Pero, hijita, no se sabe nada; no hay manera de saber nada. ¡Qué cosa! ¿no? ¡Es una cosa tremenda! Luego, Eleuterio es así; no da un paso; no hace ninguna gestión; espera tranquilo.

En fin, hijita, un conflicto, mejor dicho, tres conflictos. Tendremos que cargar con todos en casa. Ya se lo he dicho a Eleuterio. La casa es grande y caben todos.

Por otra parte mi patriotismo me obligaba a revelar el secreto de don Eleuterio, pues hubiera podido ocurrir que por desconocer su deseo quien ha de nombrarlo, que es hombre también de mucho secreto, perdiera el país la colaboración de un estadista que puede ser la lumbrera del futuro gobierno.

Yo he aclarado este punto, llevando a conocimiento del país lo que necesitaba saber con toda urgencia, esto es: que don Eleuterio está dispuesto a consagrar sus luces, que son focos extraordinarios, a la agricultura y a la ganadería, puntales de la economía pública.

Dice que el maíz se lo deben comer los chanchos de aquí y no los chanchos de Europa. ¿Qué más dará? No, Petrona; lo que quiere decir Eleuterio es que es mejor exportar carne que maíz. ¡Ah!... El chancho valoriza el maíz comiéndoselo. Pero si se lo come, ya no hay maíz. Pero queda el chancho. Es verdad. ¡Que tonta soy! Se trata de una máquina viva de trasformación.

Yo no le dejaba; lloré, supliqué. Pero él, con esa gravedad tan suya, me dijo: «Primero está el deber, Petrona». Siempre ha sido lo más esclavo del deber. Y se fué. Sufrí un síncope, y, cuando se me pasó, la figura de mi novio se me agigantó en el espíritu con proporciones napoleónicas. El amor es un cristal de aumento. Luego Eleuterio abandonó el partido.

Luego, Eleuterio fué de traspié en traspié; primero se fué con Benito, que sólo gana las elecciones del Jockey; después, con Lisandro, que en sacándole del Rosario... ¡se acabó! Yo siempre le decía a Eleuterio: «Hijito, estás obsesionado con el maíz, y no ves la realidad». Pero, nada, no conseguí nada: que la lealtad, que los principios, que los amigos son los amigos... Así nos ha ido.