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Así es que los hombres de nuestros días, lo mismo que los de antiguos tiempos, siguen repitiendo, al contemplar las cumbres doradas por la luz, «¿cómo han podido alzarse hacia el cielo

Su poseedor era un gringo que vivía en Asunción sin más objeto que estudiar los animales y las plantas del país; un doctor alemán, gordo, rubicundo, de gafas doradas, muy amigo de bromear con las gentes simples del campo, para sonsacarles noticias.

Un enorme globo de cristal pendiente del plafón, proyectaba una claridad viva y pura sobre un rico tapiz turco, de un azul brillante, en el que se veían bordados hermosos pájaros rojos que desplegaban sus alas doradas, y tenían entre sus patas de plata largas serpientes de escamas verdes como esmeraldas; un diván de raso obscuro, daba la vuelta a toda la pieza.

Ahora, en cambio, le parecía cumplir con una obligación pueril, superflua. Sentía una especie de fría hostilidad en las caras de las imágenes y en el brillo de las cruces doradas. Sin hacer mayor memoria de pecados, respondió brevemente a cada pregunta que oía musitar al sacerdote. Iba a levantarse, cuando sin saber por qué murmuró: Padre, me olvidaba decirle que me caso por casarme.

Pasada la primera impresión de entusiasmo, cuando las doradas capas cambiáronse por sucios trapos y cesó de tocar la música, saliendo el alguacil del redondel a todo galope, las de Pajares presintieron el aburrimiento. El primer toro... ¡bueno!

Que no me gustaban las píldoras ni aun doradas. Mal hecho dijo el general. Mal hecho era su torso, señor. Y más sabiendo dijo la condesa que... No acabó la frase al notar que una expresión penosa, como de amargo recuerdo, se había esparcido en la abierta y franca fisonomía de su primo. ¿Es feliz? preguntó.

Se paró delante de , resaltando aún más su hermosa y trágica presencia, con su pequeña y blanca mano nerviosamente apoyada en el respaldo de una de las doradas sillas del salón, como buscando sostén en medio de su dolor. ¡Lo ! exclamó con voz cortada, cosa desconocida en ella, y sus ojos fijos en . para qué ha venido a verme, señor Greenwood.

Por dentro es la pagoda como una cinceladura, con encajes de madera pintada de colores alrededor de los altares; y en las columnas sus mandamientos y sus bendiciones en letras plateadas y doradas; y los santos de oro, familias enteras de santos, en el altar tallado.

Mozo, no subo aun cuando estemos, le respondí en francés. En esto apareció un caballero ... digo mal, no apareció; nosotros llegamos á divisarlo por entre las barandas doradas del otro piso, es decir, del piso quinto. Aquel caballero, amo del hotel Español, tuvo la bondad de bajar adonde nosotros estábamos.

Wilson, ¿qué pajarito color de escarlata podrá ser éste? Me parece haber visto algo semejante cuando el sol brilla al través de los cristales de una ventana de variedad de colores, y dibuja imágenes doradas y carmesíes en el suelo. Pero eso era allá en nuestra vieja patria.