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Actualizado: 17 de mayo de 2025
La leve turbación de mi espíritu que siguió al dichoso comienzo de mi vida literaria se desvaneció muy de prisa. A la efervescencia excitada por una producción pronta, arrastradora, casi irreflexiva, sucedió una gran calma, es decir, un momento de serenidad y de examen singularmente lúcido. Había en mí un antiguo yo mismo de quien ya hace largo tiempo que no le hablo a usted, que callaba pero que sobrevivía. Aprovechó aquel momento de reposo para reaparecer usando un severo lenguaje. Con los avasallamientos de mi corazón me había emancipado por completo.
Sólo las mujeres deben pedir apoyo...» Además, tal vez sufría una alucinación; en realidad, no podía afirmar que le persiguiesen. A los pocos pasos se desvaneció esta duda: sí que le perseguían. Sus sentidos, aguzados por el peligro, tuvieron la misma percepción del jabalí que presiente la jauría intentando cerrarle el paso.
Pero alzó los hombros con desdén, con una confianza absoluta de que si llegara el caso no iba a hacerle falta. Miró a todos lados a ver si descubría el caballo del Duque y no lo vió. Lo que sí percibió fué la sombra de un hombre deslizándose al través de los árboles. Corrió hacia ella, mas se desvaneció al instante.
Su rostro se obscureció á impulsos de alguna poderosa emoción que pudo sin embargo dominar instantáneamente, merced á un esfuerzo de su voluntad, y de tal modo, que excepto un rápido instante, la expresión de su rostro habría parecido completamente tranquila. Después de un breve momento, la convulsión fué casi imperceptible, hasta que al fin se desvaneció totalmente.
Habíale dejado pelando la pava con María, pero temía que el tiempo que había gastado con el novio de la Mercedes y el que le había hecho perder el señor Rafael hubiese bastado para que el traidor dejase á su antigua querida y viniese á buscar la nueva. Pronto se desvaneció esta duda al ver doblar la esquina de la calle á un hombre. A la luz de la luna pudo reconocer á Antonio.
Y a fin de que no termine la duda, he procurado no informarme jamás ni saber el paradero del joven paraguayo, como si hubiera sido un ser peregrino que estuvo algunos instantes en nuestro planeta, y en seguida se desvaneció para siempre. Quise detenerme y me detuve en Lisboa, porque yo tenía saudades de Lisboa.
Corro más y más, y cuando volví los ojos, el águila estaba lejos, muy lejos, suspendida del aire como una mancha negra, grande como un jilguero, luego como una mariposa, después como el más pequeño insecto, y en fin, se desvaneció entre lo azul de los cielos. ¡Corre, vuela, corcel mío, el de la blanca estrella! ¡Rocas, águilas, hacedme lugar!
Sentíase anonadado, como si de pronto cayesen sobre él las fatigas de la mala noche anterior. Tuvo deseos de tenderse en una de las camas que ocupaban el fondo de la habitación, pero otra vez la inquietud por lo que le aguardaba, incierto y misterioso, desvaneció su somnolencia. Anduvo inquieto por la habitación y encendió otro habano en los restos del que acababa de consumir.
Me has hecho mucho daño, abuelito, con el cordel. Papá no me ata ni me encierra. Aquel relámpago inteligente se desvaneció en los ojos del viejo. No quedó más que una triste expresión de extravío y ferocidad. Tu papá es un ser frívolo, un hombre desequilibrado que prefiere sentir a conocer, un hombre que se ha quedado atrás en la evolución.
¿Qué traes por aquí a estas horas, Praxíteles? exclamó alegremente al ver a nuestro joven entrar en su despacho. Molestias para usted, D. Miguel. ¿Está usted muy ocupado? La sonrisa de Rivera se desvaneció al ver la triste y penosa que contraía los labios de su amigo. El semblante de Mario expresaba abatimiento profundo. ¡Ocupado! Sólo lo está el que espera algo.
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