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Actualizado: 8 de mayo de 2025


Entre tanto aprovechemos la ocasión, y describamos al nuevo personaje que hemos presentado en escena, que se había desenvuelto de la capa y despojado de su ancho sombrero. Llamábase Alonso del Camino. Era un hombre sobre poco más ó menos de la misma edad que el padre Aliaga, pero tenía el semblante más franco, menos impenetrable, más rudo. Había en él algo de primitivo.

Por oír esas dos palabras, que ponían un tinte de rubor en las mejillas de Liette, hubiera el conde despojado todas las tiendas y hecho la fortuna de todos los ganaderos. De este modo se llevaron triunfalmente de Breal un precioso corderillo, «que acaba de dejar a la oveja, caballero, y que su señora de usted podrá domesticar como un perro faldero

Arrancándose a la impresión que pesaba sobre él como un manto de plomo, pudo ponerse, poco a poco, al análisis de la situación, a ese extraño análisis que suele desprenderse del espíritu formando como un espíritu nuevo, fríamente lúcido y despojado de todo lo que al otro apasiona y conturba.

Don Quijote les agradeció el aviso y el ánimo que mostraban de hacerle merced, y dijo que por entonces no quería ni debía ir a Sevilla, hasta que hubiese despojado todas aquellas sierras de ladrones malandrines, de quien era fama que todas estaban llenas.

Pues nunca he sido verdaderamente vicioso. ¡Oh!, ¡quién hubiera sido poeta!... Derramando mi idealidad en versos, habría conservado mi ser moral. Pero nunca supe hacer una cuarteta, ni he sabido distinguir a Júpiter de Neptuno... ¿Ves cómo estoy? ¿Ves mi ruina? Pues mira, tengo la conciencia tranquila. No he despojado a nadie.

Pero lo cierto era que, despojado el caso de este tinte poético, y tal como el prosaico vulgo podía entenderlo, doña Inés tenía razón que le sobraba.

Habíase despojado de su elegante traje de calle, y puéstose en su lugar una falda de lana negra modestísima y una mantilla muy usada, cuyo sencillo velo le ocultaba parte del rostro; traía en la mano una bujía encendida, puesta en una palmatoria de plata, y en la otra una llave de gran tamaño. Cogió la carta y echó a andar: en aquel momento un reloj lejano daba las once y media.

Después de algunos episodios aparece Damasceno, despojado de todos sus bienes, y hasta de sus vestidos, y pidiendo hospitalidad. El compasivo pastor lo recibe entre sus servidores, y el extraviado joven, avergonzado de sus locuras, hace cuanto puede para borrarlas á fuerza de arrepentimiento, de trabajo y fidelidad.

Palabra del Dia

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