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La habló del comienzo de su amor, evocó la pasión ardiente nacida bajo los paisajes de la sierra, las grandes melancolías de la decepción, la inconsecuencia con que ella había destruido su ilusión de una dicha perfecta, y luego las dudas, la continuada angustia, y las bellas cartas de amor que más tarde se complacía ella en desmentir con una frialdad cruel, acaso por el simple deseo de hacerle mal.

Pero en punto á religion los fenómenos que se observan en Suiza parecen desmentir todas las reglas que algunos escritores han pretendido establecer acerca de la relacion natural entre la índole y las tradiciones de las razas y la índole de las religiones que les convienen.

Para desmentir esos funestos rumores, no hizo, durante dos años, más que negociaciones al contado. Tenía en Montretout, enfrente del bosque de Bolonia, una casa de campo encantadora, en la que sostenía un maravilloso lujo de flores.

Sobresaltóse Candido del tonillo con que acompañó esta pregunta, y no se atrevió á decir que fuese su muger, porque verdaderamente no lo era; ni ménos que fuese su hermana, porque no lo era tampoco; puesto que esta mentira oficiosa era muy freqüentemente usada do los antiguos: pero el alma de Candido era tan pura que no pudo desmentir la verdad.

6 El rigor de las desdichas y mudanzas de fortuna, de D. Pedro Calderón. 7 Don Pedro Miago, de D. Francisco de Rojas Zorrilla. 8 El mejor alcalde el rey y no hay cuentos con serranos, de D. Antonio Martínez. 9 Saber desmentir sospechas, de D. Pedro Calderón. 10 Aristomenes Mesenio, del maestro Alfaro. 11 y 12. El hijo de la virtud, San Juan Bueno, del capitán D. Francisco de Llanos y Valdés.

Queda establecido que el idioma italiano es hijo de la poesía, y esta creacion bastaría por sola para inmortalizar á su progenitor, y desmentir las imputaciones de esterilidad que se le hacen. ¿Cuál es el orígen del francés moderno? Estos dos idiomas se repartieron la Francia.

Las obras póstumas publicadas por manos desconocidas ó poco seguras, son sospechosas de apócrifas ó alteradas. La autoridad de un ilustre difunto poco sirve en semejantes casos: no es él quien nos habla, sino el editor, bien seguro de que el interesado no le podrá desmentir.

Pero al propio tiempo su conciencia no le permitía desmentir lo que acababa de sostener. La dignidad por delante. Estuvo luchando un rato entre la piedad y el deber, y como el ciego volviese a preguntarle con insistente afán: «¿pero es cierto que al morir nos convertimos en berzas...?» le replicó el apóstol: «Le diré a usted... hay opiniones... No haga caso.

En la comida de la tarde se nos sirvió un plato de tiburón, del cual podemos decir sucede con él lo que con otros muchos animales, que no se comen porque la tradición, sin consultar con el paladar, ha puesto su veto, veto que nosotros hasta cierto punto podemos desmentir respecto al tiburón, el cual tiene gastronómicamente considerado, mucha semejanza con el llamado cason.