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Actualizado: 7 de junio de 2025


Por lo demás, a ella y a sus dos hermanas, las llamaban los plebeyos «Las tres desgracias», y a su señor padre, barón de la Barcaza, el barón de la Deuda flotante, aludiendo al título y a los muchos acreedores del magnate. Refugiábanse en el círculo aristocrático, donde también entraban, por especial privilegio, Visitación y Obdulia, pariente de nobles.

A lo que respondió don Quijote: -Caballero soy, y de la profesión que decís; y, aunque en mi alma tienen su propio asiento las tristezas, las desgracias y las desventuras, no por eso se ha ahuyentado della la compasión que tengo de las ajenas desdichas.

Mis desgracias y mi desamparo han llegado á tal extremo que por fin me veo obligado á deshacerme de mis tesoros para procurarme algunos recursos con que terminar mi viaje. Voy al santuario de Nuestra Señora de Rocamador y allí espero acabar mis días. ¿Y qué tesoros son esos de que habláis? Helos aquí, sobre esta tabla.

»Fiel al silencio y a la discreción que se me había impuesto, y sin darme explicación alguna acerca de los tristes sucesos de que habíamos sido testigos y actores, Teobaldo separose de algunos días después de la muerte del conde de Pópoli. »Usted no me necesita díjome. La dejo rodeada de la estimación pública y del respeto que merece. Si las desgracias vuelven, yo volveré también.

Las desgracias, en aquella explotación cruel que gastaba las vidas de muchos miles de hombres, superponíanse unas á otras con frecuencia, ocultando y desvaneciendo las anteriores.

Y como sus camaradas, especialmente los que le conocían poco tiempo, mostraban un vehemente deseo de saber por qué motivo era Eva la responsable de sus desgracias, el viejo empezó á contar á su modo la mala broma que la primera mujer se había permitido con los hombres.

Desde por la mañana, desde que he visto salir el sol, he corrido hacia ti; pero la tierra parecía adherirse a mis pies. ¡Mil obstáculos, mil aventuras, mil desgracias! Ya es mi caballo, que cae muerto sin que se comprenda por qué; monto otro caballo, veloz como el viento, y sigo devorando el espacio. Ya es un río que me ataja el camino; me lanzo al agua y lo cruzo a nado.

Todos entonaban un coro de desgracias y horrores con voz lenta y quejumbrosa, como si llorasen ante un féretro: «Señor, han muerto á mi marido...» «Señor, mis hijos: me faltan dos hijos...» «Señor, se han llevado presos á todos los hombres; dicen que es para trabajar la tierra en Alemania...» «Señor, pan; mis pequeños se mueren de hambre

»Cuando acabé de leer aquellas palabras, que no comprendía, temblé porque parecía que me anunciaban algún terrible acontecimiento; y mi alma, propensa a prever las desgracias, daba sin duda una interpretación torcida a frases cuyo sentido ignoraba.

No puedo negar que sentí mucho la nueva afrenta; pero holguéme en parte: tanto pueden los vicios en los padres que consuelan de sus desgracias, por grandes que sean, a los hijos. Fuíme corriendo a don Diego, que estaba leyendo la carta de su padre en que le mandaba que se fuese y no me llevase en su compañía, movido de las travesuras mías que había oído decir.

Palabra del Dia

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