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Las fuerzas cristianas lejos de menguar crecieron: crecieron por de pronto con el socorro de Alvar Perez, poco despues con el del rey, que, no bien tuvo noticia del suceso, dió la vuelta para esta ciudad sin aguardar á que se reuniese su ejército bajo sus banderas. ¿Cómo no habia de empezar á desfallecer una ciudad estenuada por tantos sacrificios?

Don Pompeyo sintió el ánimo desfallecer. «Estoy solo; ese capitán Araña me ha dejado solo». Sacó fuerzas de flaqueza, y ayudado por la indignación general, se impuso.

Paco Luján sintió que el corazón entero se le derretía en lágrimas, y acudió a sostener al niño, que parecía próximo a desfallecer; tenía una herida en la frente y manaba de ella sangre en abundancia, que corría por su rostro y teñía ya su camisa.

Mas como a pesar de sus rabiosos esfuerzos el gusano del apetito le roía cada vez con más crueldad las entrañas, el mísero, al cabo de dos meses, cayó en gran abatimiento. Sintióse desfallecer de amor y de deseo. No tuvo fuerzas para alejarse de Madrid. Volvió a rogar a su hermana que otra vez entablase las negociaciones.

Ana, entonces, no pudo evitarlo, lloró, lloró, sintiendo por aquella Inés una compasión infinita. No era ya una escena erótica lo que ella veía allí; era algo religioso; el alma saltaba a las ideas más altas, al sentimiento purísimo de la caridad universal... no sabía a qué; ello era que se sentía desfallecer de tanta emoción. Las lágrimas de la Regenta nadie las notó.

Después de haber cumplido la penitencia que el prior le impusiera por haber quebrantado la regla, penetró en su celda, para probar ligero descanso. Al poco tiempo, tocaron a maitines, y el fraile quiso levantarse de su duro lecho, mas se nubló su vista, y sintió desfallecer... Y su vida fué apagándose lentamente....

Así llegó hasta el punto más escarpado de una tentativa a la cual ninguna mujer heroica ha podido alcanzar sin despeñarse. Se mantuvo todavía algún tiempo intrépidamente y sin desfallecer demasiado, como un ser poseedor de recursos sobrenaturales a quien el vértigo hubiese privado del sentido y el exceso del peligro retuviera al borde del abismo paralizando de pronto su razón.

No quise levantar la vista del suelo, porque temía desfallecer; mas el silencio pavoroso y extraordinario que observé en torno mío, incitome a alzar los ojos. ¡Qué sorpresa y qué ventura! La calle estaba desierta. Fuera del cortejo que me rodeaba, ni una sola figura humana veíase cerca ni lejos.

Le temblaban las piernas, y los recuerdos de la infancia se amontonaban en su cerebro, y adquirían una fuerza plástica, un vigor de líneas que tocaban en la alucinación; se sentía desfallecer, y como disuelto, en una especie de plano geológico de toda su existencia, tenía la contemplación simultánea de varias épocas de su primera vida; se veía en los brazos de su padre, en los de su madre; sentía en el paladar sabores que había gustado en la niñez; renovaba olores que le habían impresionado, como una poesía, en la edad más remota.... Llegó a tener miedo; saltó de la cama, y de puntillas se dirigió a la alcoba de Emma.

«¡Qué baile! ¡Que pregone La Correspondencia» clamaron todos. Migajas se sintió desfallecer. Era en él tan poderoso el sentimiento de la dignidad, que antes muriera que pasar por la degradación que se le proponía.