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Grande y muy envidiable mérito es éste; pero no llega, ni con mucho, al del autor que produce algo, no fuera de moda, sino superior a la moda y que ha de persistir cuando la moda pase, porque toda moda ha de autorizarse y justificarse, comprendiéndolo en vez de desecharlo. Así los clasicistas del siglo del renacimiento y del de Luis XIV ponían a Homero a la cabeza de los clásicos.

Pues bien manifestó Mario con creciente agitación, le confieso que yo vengo también pensando en lo mismo hace largo rato. Pero al mismo tiempo me parece tan absurdo, tan insensato, que procuro desecharlo de la cabeza como una tentación. D.ª Rafaela es una excelente amiga, una mujer buenísima... El delegado, sin abandonar su actitud reflexiva, alzó los hombros con desdén. ¡Ps!

En ciertos momentos truécanse en esperanza inmensa, creyendo vernos transportados al infinito, estar en presencia de Dios... No, no, todo huye; el alma se entristece, está turbada y empieza á dudar. ¿Por qué haberme hecho entrever ese sublime ensueño de luz? No puedo desecharlo de mi mente, mientras á mi alrededor sólo veo tinieblas. El Océano fijo de las montañas no huye así de nuestras miradas.

Ignoramos si el autor lo continuó hasta Santa Cruz de la Sierra: el cuaderno original de que nos hemos valido no contiene mas de lo que hemos publicado, y nos parece probable que sea todo cuanto existe de este itinerario. A pesar de su estado de imperfeccion no nos hemos animado á desecharlo.

Así, volviendo a lo que te decía durante la comida, tuve un gran pesar la primera vez que comprobé la poca afición de Jaime a nuestra industria. ¡Ah! ¡no tiene ese fuego sagrado! ¡Tener en sus manos un negocio como éste, que da, en bueno o mal año, unos treinta mil pesos de beneficio neto, y desecharlo para contentarse con ser el hijo de su papá!... ¡En fin!

Mas aquel osado deseo no quiso apartarse de su espíritu y continuó persiguiéndola sin que a pesar de muchos esfuerzos lograse desecharlo. Ella no era digna de tanta gloria, bien lo sabía, pero su deseo era hijo del amor que el divino Jesús le había infundido en el pecho; de suerte que no era ella, sino el mismo Jesús el autor de este deseo.