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Desde entonces las dos familias vivieron para exterminarse, pensando más en aprovechar los descuidos del vecino que en el cultivo de las tierras.

Sus primeras torpezas, sus descuidos, sus malas respuestas, fueron castigadas tan severamente por el maestro, ayudado de una correa, que bien pronto el muchacho le cogió miedo, y con el miedo vino el respeto y cierta convicción de que la obediencia y el trabajo le convenían por el momento más que la holganza y la maldad.

Aún llevábamos en nosotros las marcas del origen. Había que reírse del Dios personal de los judíos, que había modelado en barro al hombre, lo mismo que un estatuario. ¡Desdichado artista! La ciencia señalaba en su obra descuidos y chapuces, sin que él pudiera justificar tales faltas.

Las imposiciones son justas, cuando es forzosa la necesidad que obliga á ponerlas, pero cuando el Príncipe consume la hacienda con dádivas ó gastos impertinente y excesivos, ninguna justificacion pueden tener, pues solo proceden de sus desórdenes ó descuidos.

Hay descuidos, hay prisa en aquel inmenso trabajo; pero se echa de ver tal fecundidad, tal concepcion, tal valentía en las actitudes y musculaturas, una profusion tan admirable de figuras y tipos mitológicos, que el ánimo se pasma de que un solo hombre haya pintado aquellos lienzos colosales. Aquella apoteosis no es la de Catalina de Médicis; es la de Rubens.

El duque mandó a sus cazadores que acudiesen al caballero y al escudero, los cuales levantaron a don Quijote maltrecho de la caída, y, renqueando y como pudo, fue a hincar las rodillas ante los dos señores; pero el duque no lo consintió en ninguna manera, antes, apeándose de su caballo, fue a abrazar a don Quijote, diciéndole: -A me pesa, señor Caballero de la Triste Figura, que la primera que vuesa merced ha hecho en mi tierra haya sido tan mala como se ha visto; pero descuidos de escuderos suelen ser causa de otros peores sucesos.

Porque era de ese «aquel», y no lo podía remediar. No en todas las ocasiones llegaba a tanto el interés que se tomaba por lo ajeno; pero siempre le daban en cara y le metían en grandes cuidados los descuidos de los demás. Ya sabía él cuándo había llegado yo a Tablanca y la vida que había hecho desde entonces. Le gustaba mucho verme apegado a la tierra y a la casa de mis abuelos.

Abajo, en el templo, vigilaba a sacristanes y acólitos, cuidando de que los canónigos y los beneficiados no pudieran quejarse de descuidos en el servicio. Arriba, en el claustro, velaba por el buen orden y las sanas costumbres de las familias, siendo, por la gracia del cardenal-arzobispo, una especie de alcalde de aquel pequeño pueblo. Ocupaba la mejor habitación de las Claverías.

Los peñascos hacen saber con orgullo que, mientras en el último cólera murieron en Sarrió trescientas doce personas, en Peñascosa sólo murieron sesenta y una, y de éstas por lo menos treinta bajaron a la tumba por descuidos lamentables que las familias respectivas debieron evitar, aunque no fuese más que por el crédito de la villa.

Lo peor es, que despues de haber llenado un libro de revelaciones, no se halla en todo él ni una sola prueba, de si fueron, ó no verdaderas, y es, porque los Escritores no lo dudan. Ya se queja de estos descuidos Benedicto XIV. en su Obra de la Canonizacion de los Bienaventurados, donde de propósito trata este mismo asunto.