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Actualizado: 28 de noviembre de 2025


Como de ordinario, multitud de carros, bultos de mercancías, básculas, corredores, dependientes, comerciantes, marineros, pescadores, vagos y curiosos forasteros, en el más agitado y bullicioso desorden, le hacen intransitable desde la Ribera al café Suizo. Fijémonos un momento en este último punto, como el más despejado.

«¡A estas horas! ¡Las once de la mañana! ¡Qué elegancia! ¡qué distinciónpensaban los dependientes a quienes el hado adverso obligaba a levantarse de la cama a las seis todos los días.

Entre las parroquianas de la casa había una joven que los dependientes designaban con el apodo de «la beatita». Era una criatura tímida, dulce, encogida, que hablaba con los ojos bajos y sonreía a cada palabra, como pidiendo perdón.

Evitaba entenderse con los dependientes, sin duda por molestarla sus exagerados cumplimientos, ese afán de decir a toda parroquiana, con voz automática, que es muy bonita, para despachar mejor la mercancía; y apenas entraba en la tienda, buscaba con los ojos a Juanito, muchacho juicioso, tan tímido como ella y que no se permitía el menor atrevimiento. Los dos se entendían perfectamente.

Levantábase Melchor al amanecer, y después de arropar cuidadosamente a la señora, rogándola que no abandonase la cama antes de las nueve, bajaba a la tienda para vigilar a los dependientes en las primeras ocupaciones del día.

Por otra parte, desde los principios del año de 1780 se vieron en todas las ciudades, villas y lugares del Perú, pasquines sediciosos contra los ministros, oficiales y dependientes de rentas, con el pretesto de la aduana y estancos de tabaco.

Tónica, al entrar, no hacía caso de las palabras de los dependientes, e iba recta en busca de aquel barbudo tan tímido como ella, que muchas veces le enseñaba las muestras con manos temblorosas; y Juanito experimentaba un verdadero disgusto cuando se ausentaba de la tienda y al volver le decían que había estado «la beatita».

Entre tanto, los comerciantes y los capitanes de buques, los dependientes de almacén y los rudos marineros entraban y salían: en torno suyo continuaba el mezquino ruido que producía la vida comercial y la vida de la Aduana: pero ni con los hombres, ni con los asuntos que les preocupaban, parecía que tuviera la más remota relación.

Gallardo dejó transcurrir algún tiempo, para no encontrarse en su cuarto con el entusiasta y sus hijos. Luego miró el reloj. ¡La una! ¡Cuánto tiempo faltaba para la corrida!... Al salir del comedor y dirigirse a la escalera, una mujer envuelta en un mantón viejo salió de la portería del hotel, cerrándole el paso con resuelta familiaridad, sin hacer caso de las protestas de los dependientes.

Dependientes pocos y buenos, tratados como de la familia, comiendo todos en la misma mesa, a estilo patriarcal. Y la casa adelante, siempre adelante, Queriéndose ellos mucho y amasando ochavo tras ochavo la fortuna para la vejez, en aquel nido estrecho atestado de fardos y piezas de tela.

Palabra del Dia

machacado

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