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Actualizado: 3 de mayo de 2025


Tengo que hablar con V. ¿Puedo entrar? Entra, contestó el Comendador con bastante zozobra de que Lucía trajese malas noticias. La cara de Lucía estaba demudada. Los ojos algo encarnados, como si hubiesen vertido lágrimas. ¿Qué hay? dijo D. Fadrique. Que Doña Blanca está muy mala. Clara me escribe diciéndomelo, y me ruega que haga la caridad de ir á acompañarla. ¿Y se sabe qué tiene Doña Blanca?

Miguel quedó yerto en el fondo de su escondite. La generala, con voz demudada, preguntó desde fuera: ¿Qué es eso, Carmen? ¡Señorita... un sombrero de hombre sobre su cama! Hubo unos instantes de silencio, durante los cuales el corazón de Miguel daba saltos terribles. La generala se repuso muy pronto.

Velázquez bailaba con Mercedes. Su antigua querida comenzó á palmotear y á jalearlos de tal modo que el guapo volvió la cabeza sorprendido y los presentes hicieron lo mismo. Al observar su faz pálida, demudada, se guiñaron el ojo y no faltó quien exclamase: ¡Bueno va! Soledad al fin la ha pescao... Si te caes, yo me comprometo á llevarte á casa en brazos, niña.

En uno de los ratos en que juntos se sentaron sobre el césped a descansar, vieron llegar muy de prisa y demudada a la tabernera, que cuchicheó un instante con Celesto.

El dependiente entró en el despacho y entregó la carta al Conde. Estaba cerrada y sellada con lacre. En el sobrescrito reconoció el Conde con asombro la letra de don Braulio. Abrió el Conde la carta, no sin bastante zozobra, y temblándole las manos y con la cara demudada, leyó lo siguiente: «Señor Conde: Yo no podía servir en el mundo sino de estorbo.

Así reconciliadas, entraron luego en el baile unidas de la mano: Magdalena tan pálida y demudada como Antoñita animada y jovial. Todo fue a las mil maravillas al principio. A despecho de la postración y la palidez de Magdalena, la hermosura soberana y la perfecta distinción de la joven hacíanla ser sin disputa reina de la fiesta.

Cuidado que eres sensible de veras. A ver, a ver esa cara. Alzó el candelabro para alumbrar el rostro de Nucha. Estaba ésta encendida, demudada, y por sus mejillas corría despacio una lágrima; pero al darle la luz en los ojos, no pudo menos de sonreír ligeramente y secar el llanto con su pañuelo.

Magdalena, que presenciaba esta entrevista, dobló la cabeza, abatida por el paternal capricho, como lirio que troncha el cierzo helado, y cuando alzó la vista para mirar a Amaury, su padre la vio tan demudada que se estremeció de espanto.

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