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Hecha esta diligencia, los tres embajadores se fueron á Roma, á representar al Papa la ocasion que tenian de reducir aquel imperio de Grecia á su obediencia, si á los catalanes de Thracia se les daba alguna ayuda grande, como lo sería si á Don Fadrique se le concediese la investidura, para que con su persona pasase á la empresa, con un Legado de la Santa Sete, y se publicase la Cruzada á favor de los que irian, ó ayudarian con limosnas.

¿Cuatro? exclamó con orgullo D. Pedro . Cuatrocientas están ya filiadas en la <i>Cruzada del obispado de Cádiz</i>, y aunque todavía no hay uniformes para todos, ya cuento con cincuenta o sesenta, gracias al celo de respetables damas, alguna de las cuales me oye.

¡Ay, no, amigo mío! repuso la dama . Prefiero afiliarme a la <i>Cruzada del obispado</i>. Me espantan los revolucionarios, desde que he leído lo que pasó en Francia. ¡Ay, Sr. Quintana! ¡Qué lástima que usted se haya hecho estadista y político! ¿Por qué no hace usted versos? No están los tiempos para versos.

Marchaba por debajo de la plaza del Casino, cruzada en aquel momento por numerosos carruajes. Otro ascensor le subió á un gran salón con columnas. Era el hall del Hotel de París.

ALBOR. Ya el cristiano ha recogido Sobre la pica ferrada El tafetán descogido De la bandera cruzada. Ya Mendozas y Guzmanes, Leivas, Toledos, Bazanes, Enríquez, Rojas, Girones, Pachecos, Lasos, Quiñones, Pimenteles y Lujanes, Truecan las armas por galas, Por música el atambor, Y por las plazas las salas; A Belona por Amor, A quien nacen nuevas alas.

Promovióse cuestión entre los canónigos, comisarios de Cruzada y el Alferez mayor Marqués de la Algaba sobre el asiento que se les asignó en Cabildo. Hubo una terrible avenida del Guadalquivir en que pereció extraordinario número de ganado.

Toda esta parte del discurso la tenía preparada, párrafo por párrafo; una apología del catolicismo, de la fe religiosa unida íntimamente a la historia de España, con arranques líricos y estremecimientos de entusiasmo, como si predicase una nueva cruzada.

Los urritaos, ó sean los jóvenes, levantaron una cruzada que fué á engrosar las filas de los que combatían la idea por el orgullo, viniendo á ser las pasiones sensuales y las tradiciones aristocráticas, las piedras de apoyo que sustentaban la discordia y la oposición.

Los brazos de soberana blancura escapábanse de los embudos de seda de una túnica japonesa cruzada sobre el pecho, la cual dejaba al descubierto el arranque del cuello adorable, ligeramente ambarino, con las dos rayas que recuerdan el collar de la madre Venus.

Los que conseguían subir á él en los puertos siempre alcanzaban á distinguir de lejos alguna dama con zapatos blancos, falda azul, chaqueta cruzada con botones de oro, corbata y cuello masculinos, gorra de oficial. Nadie sabía con certeza cuántas eran. Los hombres de la tripulación tenían vedado el acceso á los departamentos centrales del buque y su cubierta superior.