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Durante las elecciones, cuando muchos, casi todos, le creían manejando la complicada máquina de las influencias, el único servicio positivo y directo que prestaba era el de agente electoral. Pedía un puñado de candidaturas a Mesía y las repartía por las parroquias electorales que visitaba en sus paseos de Judío Errante.

En la época de esta veraz historia venía de América por la vía de New-York Liverpool, y según decía, su expatriación había cesado definitivamente; pero no le creían, por haber dicho lo mismo en otras ocasiones y haber hecho todo lo contrario.

Era tan alta y su papá todavía tan joven, que quizás los creían hermanos, y ese error de la gente le causaba inmenso placer. Además en su opinión el error no era tan grande como parecía: «¿Podría un hermano hacer más por ? El hermano de Virginia no la da más que disgustos a ella y a toda la familia.

Los dos guardaban un secreto. Cuando creían conocerse uno a otro hasta el último rincón del alma, estaba pensando cada cual en la mala acción que cometía callando lo que callaba. El Magistral padecía mucho siempre que Ana le hablaba de la salud que él perdía. «¡Si ella supiera!».

Los otros tontos, los que creían que Guimarán era ateo de puro malvado y de puro sabio, mirarían aquella conquista como cosa muy seria, como una ganancia de incalculable valor para la Iglesia.

Todas estas contestaciones pasaron en dos horas después de que el padre Aliaga volvió aquella mañana de palacio. El Consejo de la Suprema le dejó en paz esperando á ver por dónde saldría el fraile dominico, á quien todos, exceptuándose muy pocos, creían un pobre hombre.

Todos se creían con derecho a él, y el amor era como el talento, como la belleza, como la fortuna, una dicha especial que sólo disfrutaban contadísimos privilegiados.

Lo que no habían traído consigo al siglo presente era la libertad de costumbres y la malicia que, al decir de los historiadores, caracterizaba la sociedad del pasado. Imposible imaginar unas criaturas más sencillas. Como si no hubiesen atravesado por la vida, todo les sorprendía, en todo creían menos en el mal.

Algunos más audaces, más maliciosos, y que se creían más enterados, decían al oído de sus íntimos que no faltaba quien procurase contrarrestar la influencia del Provisor. Visitación y Paco Vegallana, que eran los que podían hablar con fundamento, guardaban prudente reserva; era Obdulia quien se daba aires de saber muchas cosas que no había. «¡La Regenta, bah! la Regenta será como todas....

El mayordomo y su esposa creían, por cierto, que el objeto de nuestra rápida visita había sido registrar los efectos del muerto, y con la curiosidad natural de los sirvientes, ambos estaban deseosos de saber si habíamos descubierto algo de interés, aunque no podían interrogarnos directamente.