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Actualizado: 28 de mayo de 2025


Aquí va á ir de pillo á pillo. Puede usté decirle que traiga el reló, pero firmando un papel. ¡Á ver, á ver! ... murmuraron sus convecinos, llenos de curiosidad. Escriba usté, secretario dijo á éste el alcalde; que la cosa tiene que ver. Dite usté, tío Merlín.

En efecto: ya se ha dicho que Simón fué durante cinco años asistente de su coronel, y que le despidió colmándole de atenciones, y, al decir del licenciado, de pruebas «de una buena estimación y una fina amistad». Pues sépase ahora, y es la verdad, que a pesar de haber sido ascendido a general en menos de dos años, por no qué ni cuántos pronunciamientos, el tal señor coronel no se desdeñaba de responder muy atento a las cartas en que Simón le enviaba la enhorabuena, ni le escaseaba las ofertas de hacer algo por él cuando fuese necesario; ofertas que cumplió en dos ocasiones, en las cuales el ex asistente le puso a prueba, no muy dura por cierto, en beneficio de dos convecinos suyos que se creyeron atropellados por la Administración de Hacienda.

Pimentó, que en su calidad de valentón se interesaba por las desdichas de sus convecinos y era el caballero andante de la huerta, prometía entre dientes algo así como pegarle una paliza y refrescarlo después en una acequia; pero las mismas víctimas del avaro le disuadían hablando de la importancia de don Salvador, hombre que se pasaba las mañanas en los Juzgados y tenía amigos de muchas campanillas.

Allí estaba el pedazo de bruto lo mismo que un ídolo japonés acurrucado en su hornacina, con los brazos en jarras, los mofletes muy colorados, la boca de oreja a oreja y los ojos muy risueños, viendo llegar a sus convecinos, tan tranquilo y descuidado como si los hubiera citado él para que acudieran a aquel sitio y a la hora en que llegaban.

Las gentes sonreían al hablar de él, como si le tuviesen por loco; pero estas sonrisas sólo osaban desplegarse cuando estaba lejos, pues á todos les inspiraba cierto miedo. Al mismo tiempo lo admiraban como una gloria local. Había corrido todos los mares, y además tenía su fuerza, su desordenada y tempestuosa fuerza, terror y orgullo de sus convecinos.

Aquel hombre que imponía respeto a sus convecinos mientras despachaba sellos y cajetillas, más serio que San Luis cuando administraba justicia bajo el legendario roble, era por las tardes un personaje enteramente distinto.

Que he de contagiarme de estos miasmas, no tiene duda, y apelo á la reciente escena: evitemos la ocasión del peligro, cuyo solo recuerdo me estremece. Y no quiero decir que estos aldeanos sean de peor condición que los de otros países, no señor: tus convecinos son, tal vez, mejores que todos los demás campesinos de la península, por más de un motivo; pero al fin son aldeanos, y basta.

En corroboración de estas palabras, se cree en el caso de manifestar que, tan pronto como la creación de un periódico en Sarrió fuese un hecho, tendría el gusto de exponer a sus convecinos la resolución de un problema que hasta el día de hoy se había creído insoluble, el de la «trisección del ángulo», al cual había dedicado muchos esfuerzos y vigilias, coronadas unas y otros afortunadamente por el mejor éxito.

El tío Merlín reunía á la condición de listo la fama de celebre, nombre que entre los aldeanos equivale á decidor, oportuno, chistoso; circunstancia que, por sola, dice bastante para que todos los lectores comprendan el dominio que el tío Merlín ejercería sobre sus convecinos.

Mientras vivió el fundador, no se opuso nunca á que algunos de sus convecinos pisasen con una rueda de las dos de sus carros la linde del prado de la cuestión. El primer Seturas era lógico, aunque lo ignorase: mientras no pagara el anticipo del concejo, el contrato con él celebrado estaba vigente en todos sus términos, y el dicho fundador no pagó en su vida.

Palabra del Dia

bagani

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