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Actualizado: 29 de junio de 2025


Maldigo de la política, y juro que nunca he de volver a meterme en ella. Mi amiga Luisa está desconsolada. Ayer estuvo en mi casa, y, al contarme sus cuitas, rompió en llanto. Su gran desconsuelo no está en relación con la causa que lo produce. Mi amiga tiene fáciles lágrimas, y no menos fácil tiene la risa. Con esto queda dicho que es muy sensible a todas las emociones.

Eso sería mejor contestó Rita ; pero yo prefiero hacer lo peor. A todo esto dijo Stein con su perseverancia alemana , me habíais prometido, señor de Arias, contarme un rasgo de valor de José María. Será para otro día respondió Rafael . He aquí a mi general en jefe añadió sacando el reloj : son las tres menos cuarto y a las tres estoy convidado a comer en casa del capitán general.

Me veo todavía en el comedor del círculo, cuando después de marcharse Maugirón con las mujeres, Tragomer empezó á contarme esta historia. Al principio su relato me pareció imposible, después empezó á interesarme la verdad que se vislumbrada y por fin me sentí como loco.

Yo también la ignoraba, por culpa de mi tía, quien siempre se rehusó a contarme cómo y de qué manera fué Angelina a la casa del P. Herrera, del cariñoso anciano, del santo sacerdote que veía, y con razón, en su hija adoptiva, un ángel bajado del cielo para alegrar las tristes horas de su vida rural. Y no me costó poco trabajo conseguir que mi amada olvidara mis dichos inoportunos y crueles.

Lo mismo era su padreEntonces comenzó a contarme que se conocían desde niños, que luego, de muchachos, habían estado juntos en Londres empleados en la misma casa de banca. Por último, que su padre, el de Pepe, le había mandado de chico a Inglaterra por una trastada que hizo aquí, y que el tal padre era un tío muy malo que había quebrado en falso arruinando a mucha gente.

Al oír estas palabras se dibujó una imperceptible sonrisa bajo el fino bigote del joven. ¡Bah! Cálmese usted, hija mía, y espere para contarme eso a que estemos libres de oídos indiscretos. La carretera no es realmente el lugar más a propósito para las confidencias.

Vd. me había prometido contarme esto, y mi curiosidad está impaciente. ¡Oh! es muy fácil, contestó el sacerdote, y no creo que ellas se incomoden. Se trata de una historia muy sencilla, y que referiré a Vd. en dos palabras, porque la por esta muchacha y por el mancebo en cuestión.

Recios, secos e intermitentes charrasqueos del abanico de la novia. Al fin volvió a hablar la primera, y dijo a la segunda, sin borrar de su cara la expresión maliciosa: ¿Y para contarme esto solo me has traído tan acá y tan a escondidas, cuando podías haberlo publicado a gritos en medio de la tertulia..., y de seguro lo publicarán mañana los periódicos en sus crónicas de salones?

Así que sacié mi apetito, levantó la mesa la sirvienta, se encendió un espléndido fuego en el hogar, y nos sentamos, el cura y yo, cada uno a un lado de la chimenea. Veamos, pues, Reina, hablemos seriamente. ¿Qué tienes que contarme? Adelanté mis piececitos hacia las llamas del hogar y respondí tranquilamente. Mi cura, me muero.

Atenta a sostener siempre el papel que representaba y que desde algún tiempo exigía de ella mucho esmero, por apartarse cada día más de la expresión sincera de su carácter, mostrábase disgustada de cosas que en realidad le producían más agrado que pena, verbi gratia: «¡Ay, hijito!, yo creí que nuestro amigo Pez no acababa esta noche de contarme sus trapisondas domésticas.

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