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Y ahora para completar mi dicha, mi querida señorita, va usted á contarme algunas historias de los pasados tiempos, en que era usted una bella guerrera. La señorita de Porhoet sonriendo y encantada, no se hizo rogar para sacar de su memoria los episodios más notables de sus intrépidas cabalgatas en la comitiva de los Lescure, y de los Rochejacquelin.

«Pero, Nina de mi alma, ¿has pensado bien en la carga que nos hemos echado encima?... que no puedes, llévame a cuestas, como dijo el otro. ¿Te parece que estamos nosotras para meternos a protectoras de nadie?... Pero acaba de contarme: ¿fue D. Romualdo bendito quien...? , señora, Rumaldo... respondió la anciana, que en su aturdimiento no se había preparado para el embuste.

Frente a , con la cara roja como una amapola, con los ojos alzados, estaba una inglesa, algo como una nodriza o sirvienta de alguna familia inglesa de Bogotá; trabó en el acto conversación conmigo, y aunque yo, fastidiado, irritado en ese instante, no le contestaba una palabra, encontró medio de contarme que había hecho sola todo el camino de Bogotá a Bodegas porque, como los peones que la acompañaban lo causaban más aprensión que confianza, les daba plata para que se fueran a beber chicha o guarapo en todas las botillerías de la ruta, sistema cuyo resultado fue que quedasen tendidos en el camino.

Por lo demás, yo acribillé á preguntas al portero del Colegio del Arzobispo, el cual se sirvió contarme muchas cosas relativas á los escolares irlandeses. Luego que hube examinado bien al portero, pasamos á la mencionada Iglesia contigua, llamada también del Arzobispo.