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Actualizado: 25 de mayo de 2025
Parecíame ver aquellas pobres casas adornadas con sus Nacimientos y animadas por la alegría de la familia: recordaba la pequeña iglesia iluminada, dejando ver desde el pórtico el precioso Belén, curiosamente levantado en el altar mayor: parecíame oir los armoniosos repiques que resonaban en el campanario, medio derruido, convocando a los fieles a la misa de gallo, y aun escuchaba con el corazón palpitante la dulce voz de mi pobre y virtuoso padre, excitándonos a mis hermanos y a mí a arreglarnos pronto para dirigirnos a la iglesia, a fin de llegar a tiempo; y aun sentía la mano de mi buena y santa madre tomar la mía para conducirme al oficio.
Vuestro marido puede acompañarme y conducirme... No temáis nada, Catalina; es el último sacrificio que os pido, y sea cual fuere el resultado definitivo de la lucha, os recompensaré y aseguraré vuestra suerte, hasta el fin de vuestros días... ¡Vos recompensarme! dijo Catalina con tristeza . No está bien que me habléis así. Mi mayor recompensa es vuestra felicidad.
Pues ten por seguro que dejarías de amarle si te casaras con él. » Pero, Señor pensé aturdida al oír esto , ¡también mi madre!... Porque esta es la teoría de Sagrario... y la de Leticia, o yo no estoy en mis cabales... ¿Es que hay algún mal espíritu encargado de conducirme a donde yo no quiero ir?
He aquí por qué al embarcarme el 1º de febrero de 1858, en el puerto de las Bodegas de Honda, á bordo de un champan que debía conducirme al vapor Bogotá, estacionado siete leguas mas abajo, sentí mi corazón oprimido y preocupada mi imaginación. Por primera vez iba á alejarme de mi patria por algunos años,... talvez para siempre!
Y acometí la empresa en la fecha convenida, un día de los últimos de octubre, frío y nebuloso en las alturas de la romana «Juliobriga». En la clásica villa inmediata, termino de mi jornada primera, y única posible en ferrocarril, hice un alto de media hora escasa: lo puramente indispensable para desentumecer los miembros y confortar el estómago; porque no había tiempo que perder, según dictamen del espolique que me aguardaba en aquel punto desde la víspera con dos caballejos de la tierra, espelurciados y chaparretes, uno para conducirme a mí y otro para cargar con mis equipajes.
En balde me humillo pidiéndoles que me socorran. Lo que me conviene es buscar el camino del lugar hasta donde mi aptitud y mi predestinación pueden conducirme, y, desde allí, llamarlos y sujetarlos a mi mandado, no tomándolos como protectores sino como siervos sumisos.
Un pobre vecino del Escorial se encargó de conducirme por una ruta trasversal al pequeño pueblo de Guadarrama, miserable caserío de 380 vecinos, á fin de tomar allí la diligencia que gira de Madrid á Valladolid.
Un último favor del destino colocó á mi lado un sacerdote excelente, el capellán del presidio, que se interesó por mi desgracia al verme tan diferente de mis compañeros de expiación. Se dedicó á conducirme al bien y de sublevado y furioso, me convirtió en dulce y resignado. Despertó en mi alma las creencias de la infancia y me mostró el cielo como supremo recurso y la oración como único consuelo.
Tomé el ferrocarril de Alicante; pasó el tren por Aranjuez, Castillejo y Villasequilla, y á 100 kilómetros de Madrid descendí del wagon, en Tembleque, para tomar asiento en la diligencia que debia conducirme á Granada, atravesando los Montes de Toledo y la Sierra-Morena, y pasando por Jaen.
Era el tercer año de mi unión con Lea y la situación se había puesto más grave que nunca. Una locura completa se había apoderado de mí y debía conducirme á una catástrofe. Por lo general Lea no recibía en su casa más que hombres, convencida, con razón, de que la sociedad de las mujeres es inútil cuando no peligrosa.
Palabra del Dia
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