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Actualizado: 30 de abril de 2025
7 por lo cual ni aun me tuve por digno de venir a ti; mas di la palabra, y mi siervo será sano. 10 Y vueltos a casa los que habían sido enviados, hallaron sano al siervo que había estado enfermo. 13 Y cuando el Señor la vio, se compadeció de ella, y le dijo: No llores. Y dice: Joven, a ti digo, levántate. 15 Entonces se incorporó el que había muerto, y comenzó a hablar. Y lo dio a su madre.
Otras veces, las más, los ojos se clavaban en los ojos y sin que nadie pudiera remediarlo se decían amores, cada vez más elocuentes. Álvaro, de tarde en tarde, miraba de soslayo y con envidia y codicia al interior de la alcoba.... Ana sorprendió alguna de aquellas miradas rápidas y compadeció al enamorado galán, sin tomar a mal su curiosidad indiscreta.
Cierto que la campana de la señora Chermidy no sonaba igual que la del señor Le Bris, pero el timbre era tan dulce, que el duque se dejó engañar como un niño. Compadeció a la linda dama y le prometió que de cuando en cuando iría a llevarle noticias de su hijo. El salón de la señora Chermidy era, en efecto, el lugar de reunión de un cierto número de hombres distinguidos.
Acertó a pasar por allí la Virgen y le dijo: «¿Por qué no entras, hijo mío?» El niño respondió que no quería entrar si no entraba su padrino, y San Pedro dijo que eso era pedir imposibles. Pero el niño se puso de rodillas, cruzó sus manecitas y lloró tanto que la Virgen, que es Madre de la misericordia, se compadeció de su dolor.
Es claro que en cuanto se supo que las de Silva iban con la de Reyes a ver las óperas entre bastidores, se murmuró mucho, y se las compadeció porque venían a ser huérfanas por completo, teniendo aquel padre que tenían. ¡Pobrecitas, no han tenido madre cuando más falta les hacía! Y después de este acto de caridad, se las despedazaba. Pero ellas no hacían caso.
Esta relación era demasiado larga para los pulmones de Maximiliano, por lo cual llegó al término de ella fatigadísimo. Todos se pasmaron del cuento, y doña Lupe compadeció a la Dura, deplorando que con vicio tan inmundo malograse las cualidades de inteligencia corredora que poseía.
La había visto nacer y crecer, y desde aquellos tiempos había profetizado, con la seguridad de un conocedor profundo en teneduría de destinos humanos, que la niña sería una hermosa mujer, quizás elegante y famosa dama. ¡Cuánto se alegró de volver a verla ya crecida, y cuánto compadeció sus desgracias, y con qué puro interés se ofreció a ella para servirla en todo lo que hubiese menester!
Palabra del Dia
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