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Actualizado: 5 de julio de 2025


Otro día, encargose Amaury de buscar autógrafos notables para llenar un álbum de Antoñita; algún tiempo después, como tardase mucho Froment Messrice, el Benvenuto Cellini de la época, en cincelar una pulsera para la joven, Amaury se la llevó triunfalmente después de arrebatársela al artista, y por fin, cierta noche que jugaba distraído con una llavecita de oro se la guardó por distracción en el bolsillo, viéndose obligado al otro día por la mañana a devolverla por si Antoñita la necesitaba.

Son esos primeros golpes los que empezaron a cincelar el pliegue amargo y sarcástico de sus labios. Desde muy temprano conoció las asechanzas del lobo racional. Por eso buscaba la comunicación con la Naturaleza, tan sana y fortalecedora. «Odio, sobre todo, y detesto este animal que se llama Hombre», escribía Swift a Poe.

A Granada, donde el hombre logró lo que no ha logrado en pueblo alguno de la tierra: cincelar en las piedras sus sueños; a Nápoles, donde el alma se siente contenta, como si hubiera llegado a su término. ¿ no querrás, Lucía? Yo no quiero que veas nada, Juan. Yo te haré en ese cuarto la Alhambra, y en este patio Nápoles; y tapiaré las puertas, ¡y así viajaremos!

Hállase labrada en el más primoroso y delicado estilo del Renacimiento, y parece una enorme filigrana calada en piedra por los plateros de la calle de la Rúa, parece un trabajo chino de marfil, parece la mística puerta de algún lugar santo. Benvenuto Cellini se hubiera enorgullecido de cincelar en oro una creación semejante.

Rufino Cuervo es el autor de ese libro tan popular hoy: Apuntaciones críticas sobre el lenguaje bogotano. Es otro sacerdote del pasado, aunque menos inflexible que el señor Caro, por el que profesa, con razón, una admiración sin límites. La ciencia, los largos años de estudio que ese volumen de Cuervo revela, prueban que, también en América, tenemos nuestros benedictinos infatigables. Todas las locuciones vulgares, todas las alteraciones que el pueblo americano, bajo la influencia de las cosas y de su propia estructura intelectual, ha introducido en el español, son allí prolijamente estudiadas, corregidas y... limpiadas. (¡Limpia y fija!) Actualmente, Cuervo se encuentra en París, metido en su nicho de cartujo, levantando, piedra a piedra, el monumento más vasto que en todos los tiempos se haya emprendido para honor de la lengua de Castilla. Es un Diccionario de regímenes, filológico, etimológico... ¡Qué yo! Aquello asusta; cuando Cuervo me mostraba, en Bogotá, las enormes pilas de paquetes, cada uno conteniendo centenares de hojas sueltas, cada una con la historia, la filiación y el rastro de una palabra en los autores antiguos y modernos... sentía un vivo deseo de bendecir a la naturaleza por no haberme inculcado en el alma, al nacer, tendencias filológicas. «Ya están reunidos casi todos los ejemplos, me decía Cuervo; ahora falta lo menos, la redacción». Redactar cuatro, o diez, o sabe Dios cuántos volúmenes de diccionarios... ¡lo menos! ¡Y cómo redacta Cuervo, con una sobriedad, una precisión y elegancia que obligan a cincelar la frase! Si uno de nosotros, después de tres horas de redacción suelta, incorrecta,

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