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Cuando una muchacha tiene ciertas ideas, cierto instinto de libertad y... vamos, el modo de ser y la volubilidad de sentimientos que usted le conoce tan bien como yo... No nos engañemos, Muñoz; ella es coqueta por temperamento, incapaz de constancia, llena de caprichos y con una imaginación enteramente fantástica.

Cada uno hizo saltar las monedas en su bolsillo y acarició ardientemente las esperanzas ciertas, la dicha contante y sonante que habían embolsado.

Sin embargo, aunque cubierta por mi tutela de un barniz de respetabilidad, ciertas familias... timoratas... tendrían ciertos escrúpulos. Pero, en suma, no le faltarán pretendientes aceptables y más de un noble arruinado, aficionado a la buena vida, querrá dorar su blasón gracias a la generosidad asegurada de su suegro.

Lo propio sucede con la geometría: todos sus teoremas y problemas, se refieren á ese campo ideal que tenemos dentro de nosotros: en ese campo hay ciertas condiciones que conducen á determinadas consecuencias, en fuerza del principio de contradiccion: donde quiera que las condiciones se verifiquen, se verificarán tambien las consecuencias: pero si aquellas faltan, estas faltarán tambien.

Arcachón es asimismo muy apacible en medio de sus pinadas resinosas cuyos perfumes vivifican. Sin la mundana invasión de la populosa y rica Burdeos, sin la muchedumbre que afluye y se atropella en ciertas épocas, mucho nos agradaría ocultar allí nuestros adorados enfermos, los tiernos y delicados objetos para quienes tememos el bullicio mundanal.

Los hombres malos eran Momaren y los señores del gobierno. La mejor prueba para Gurdilo de la inocencia de Gillespie consistía en verlo perseguido por ellos. Quedó tan satisfecho de la visita de Flimnap, que hasta quiso borrar la mala impresión que podían haber dejado en él ciertas palabras de su último discurso.

¡Pero qué divina, Ana, pero qué divina! le decía a la Regenta cara a cara, y con voz gangosa, la hija mayor del Barón, Rudesinda, que según don Saturnino Bermúdez, era una belleza ojival. En efecto, parecía una torrecilla gótica, aunque, por ciertas curvas del busto, sobre todo del cuello, a la Marquesa se le antojaba «un caballo de ajedrez».

Hace ya mucho tiempo que ciertas niñas españolas, y particularmente las andaluzas, acuden a la gran ciudad de Lisboa, en busca de mejor suerte. Los señoritos de por allí, los janotas, que es como si dijéramos los jóvenes elegantes, dandies o gomosos de Portugal, se pirran y despepitan por las tales niñas españolas.

Yo ya no a qué atenerme sobre ciertas cosas; qué se entiende por bueno ni qué por malo; si el error está en mi modo de ver, o en la manera de conducirse los demás; si soy yo la mala cuando pienso que obro bien, o si son ellos los buenos cuando me parecen una canalla; cuál es lo noble ni cuál es lo vil.

Oyó a su tía regateando con los mozos por si eran tres o eran dos y medio. Después, le pareció que Juan Pablo y su tía hablaban en el comedor. ¡Si le estaría contando aquello...! Seguramente, porque su tía era muy novelera, y no le gustaba de que ciertas cosas se le enranciaran dentro del cuerpo.