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La cabeza de la sombra de mujer desapareció un momento; hubo un silencio solemne y en medio de él sonó claro, casi estridente, el chasquido de un beso bilateral, después un chillido como el de Rosina en el primer acto del Barbero.

Vio al cochero levantarse en el pescante y castigar con todas sus fuerzas a los caballos, sin que éstos aceleraran su marcha ni se oyera tampoco el chasquido del látigo. Procuraba Adriana, vanamente, recordar las circunstancias en que sin duda desistiera de casarse con Muñoz.

Y por la escalera de caracol subían y bajaban constantemente parroquianos, dando patadas que más parecían coces; y por aquella espiral venían rumores de disputa, el chasquido de las bolas de billar, y el canto del mozo que apuntaba. «Si se me permite dar una opinión dijo Feijoo, que empezaba a marearse con tanto barullo , voto con el pollo».

Se oían las campanillas, el chasquido del látigo y un estrépito de ruedas que de bache en bache, de guijarro en guijarro iban saltando.

Más de cien garrotes se levantaron al mismo tiempo para caer inmediatamente sobre otras tantas cabezas. Y el ruido que hicieron al caer semejaba al chasquido de los guijarros del río cuando éste en una de sus furiosas avenidas los remueve, los sacude contra las peñas de la orilla.

Un apetitoso olor de guisado salía de la cocina abierta, donde una genovesa cerril movía espátulas y zarandeaba cacerolas, envuelta en el humo espeso del asado, que chirriaba sobre las parrillas; en las habitaciones altas, las del niño, se oía el chasquido del cepillo. ¡Pampa! chilló allá arriba una voz atiplada.

¡Alejandro! gritó don Benito al cochero, a Palermo por el Bajo... El carruaje dio vuelta, y los caballos tomaron el trote largo a un simple chasquido del látigo de Alejandro.

En el fondo tres aposentos separados por sendos tableros pintados de amarillo que no llegaban al suelo. Había gente bulliciosa en estos cuartos: escuchábase rumor de plática alegre y chasquido de vasos. La tienda estaba sola, débilmente esclarecida por una lámpara de petróleo colgada sobre el mostrador.

Los vecinos en lo interior de sus moradas distinguían, por el estrépito de las ruedas y el chasquido de las herraduras, a cuál de los magnates mencionados pertenecía. Eran, en suma, tres instituciones venerandas que los hijos de la ciudad sabían amar y respetar.

Y le da un golpecito en el pecho para cerciorarse. Una risa fugitiva pasa por los labios de Juan, que reprime en seguida un suspiro, como esforzándose por dominar una emoción. Franz le pone la mano en el hombro: Vas a encontrar una linda cuñada... dice haciendo un chasquido a la lengua y guiñando el ojo. Juan, al oír estas palabras, siente despertar en él el despecho y la cólera.