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Subí a donde se encontraba el capitán y lo felicité. Tiene razón, capitán; es una ignominia silgar al Montoya desde la orilla, como si fuera un champan cargado de harina o de taguas. El vapor se ha inventado para vencer dificultades, y el elemento de un buque es el agua y no la tierra. Usted me comprende; además, el cabo, a mi juicio, es de un auxilio dudoso. Pero mi maquinista es muy prudente.

Que el orador, con su poderosa labia, se encargase de convencer al belicoso barón. Debían bajar juntos, pero solamente para almorzar en un buen hotel, dándose explicaciones a los postres los dos rivales; y él, por amor a la buena amistad y la concordia, iría hasta el sacrificio, pagando el champán a toda la compañía... Pero el señor Maltrana cerraba los oídos a tales intentos de seducción.

Unos avanzaban a toda prisa, fingiéndose preocupados con algún pensamiento de importancia. Otros desafiaban la curiosidad, ostentando arrogantemente las erosiones mal disimuladas por el peluquero con polvos de arroz. Los norteamericanos destapaban champán en el almuerzo y gritaban lo mismo que en la noche anterior, insensibles al cansancio y al trasiego de líquidos.

Circulaba a su espalda el movimiento humano acompañado de vivos resplandores; ante él la silenciosa calma del mar tropical, dormido como un lago sin riberas. Estaba triste. La alegría del champán que le había acompañado al levantarse de la mesa, convertíase ahora, al quedar solo, en una melancolía inexplicable.

Después de haber hecho ese viaje, cada vez que un anciano me refiere haberlo llevado a cabo en su juventud, y no pocas veces, en champan, lo miro con el respeto y veneración con que los italianos jóvenes de 1831 debían saludar a Maroncelli, cruzando las calles sobre su pierna de palo, o al pálido Silvio Pellico con el sello de sus diez años de Spielberg grabado en la frente.

El Champan se apartó de la playa, los remos se agitaron al compas de los gritos salvajes de los bogas, y pocos minutos despues, al torcer su curso el Magdalena por entre monstruosos peñascales, se perdieron de vista los últimos penachos de los cocoteros que indicaban el sitio de la Bodega. El hombre desapareció para ceder el campo exclusivamente á la vegetacion.

Ninguna noche se había visto tan lleno el fumadero. Los sirvientes corrían azorados, no sabiendo adónde acudir entre tantos y tan contradictorios llamamientos. Sonaban frecuentemente estallidos de tapones. El champán desbordaba de las copas, corriendo sobre las mesas en raudales espumosos.

Una noche, al entrar Desnoyers en el fumadero, vió á los notables germánicos manoteando y con los rostros animados. No bebían cerveza: habían hecho destapar botellas de champañ alemán, y la Frau consejera, impresionada sin duda por los acontecimientos, se abstenía de bajar á su camarote. El capitán Erckmann, al ver al joven argentino, le ofreció una copa.

Ahora, con el entusiasmo del champán, se llevan a los labios las banderitas que tienen ante los platos y ponen los ojos en blanco gritando: «Americain! Americain!...» En la mesa siguiente está Martorell, aquel muchacho con lentes y bigote rubio: un catalán, del que creo haberle hablado.

Ojeda sintió la necesidad de solemnizar con algo extraordinario esta última noche, y pidió champán. Una botella para los dos, ¿le parece bien, Maltrana? Saludamos al río de la Plata; presentémonos alegremente ante la fortuna que nos espera... ¡Por nuestra suerte!