United States or Pakistan ? Vote for the TOP Country of the Week !


Afortunadamente no me vi obligado a violentar nada: el armario tenía puesta la llave en la cerradura. Antes de abrir el armario, cerré las puertas para evitar una sorpresa casual de los criados. Luego abrí temblando el espejo que servía de puerta al armario. En una tabla, cuidadosamente pegado a un rincón, estaba el cofrecillo. En aquella misma tabla había otro objeto. Un gancho de trapero.

Hice un signo afirmativo, pues el miedo, que hacía pasar por todo mi cuerpo un calofrío delicioso, me había quitado el uso de la palabra. ¡Que Dios te lo pague, buena e inteligente niña! exclamó estrechándome contra su pecho. Y mi respiración se cortó en una deliciosa angustia. Dejé caer mi cabeza sobre su hombro y cerré los ojos.

Hice, ante todo, que se incorporase y que se sentara en una silla, cerré por dentro la puerta del gabinete, sentéme yo enseguida junto a la infeliz mujer, y me dispuse a oírla, conforme ella lo deseaba, después de dirigirla palabras de conmiseración y de aliento. Dos partes tuvo la confesión de Facia.

Cerré el molino gruñendo y coloqué la llave debajo de la gatera. Tomé el garrote y la pipa, y eché a andar. Llegué a Eyguières próximamente a las dos. El villorrio estaba desierto, todo el mundo en el campo. En los olmos, junto a la acequia, blancos de polvo, cantaban las cigarras como en pleno Crau.

Aquello me indignó; pero mi indignación se trocó en asombro y en un sentimiento indefinible, mezcla de respeto, de pena y de miedo, cuando observando atentamente las facciones mutiladas de aquel cadáver, reconocí en él a mi tío... Cerré los ojos con espanto, y no los abrí hasta que el violento salpicar del agua me indicó que había desaparecido para siempre ante la vista humana.

No pude hacerme a aquella fantástica educación, y llegué al colmo del asombro cuando le llamar a su padre: «Mi viejo Teófilo» y a su madre: «La buena IsabelCerré la maleta, y volví a tomar el tren. »He aquí el relato muy abreviado de mis tentativas matrimoniales, la más desagradable de las cuales, fue la de la camarada.

Sentí que la furia me cegaba; pero, como al fin y a la postre ninguna culpa tenía ella de este último incidente, únicamente achacable al viento inoportuno, cerré también mi ventana con dignidad, y me puse a discurrir, buscando el medio de vencer aquella, resistencia desusada en la honorable corporación de las grisetas.

Fue en vano buscarla: una negra vieja, inmunda, casi desnuda, que me parecía esperar ansiosa la noche para enorquetársele al palo de escoba, tuvo compasión de y me llevó a un cuarto... ¡Qué cuarto aquél! La única ventana daba a un pantano pestífero; la cerré. La cama tenía esas sábanas crudas, frías, húmedas, que dan un asco supremo.

Al oír aquellas palabras de Tarlein quise gritar: «¡Viva el Reypero no pude, y recliné la cabeza en los brazos de mi amigo, lanzando un gemido; mas temeroso de que él interpretase mal mi silencio, volví a abrir los ojos y procuré articular aquellas palabras: «¡Viva!...» ¡Imposible! Mortalmente cansado, transido de frío, me cobijé en brazos de Tarlein, cerré los ojos y quedé desvanecido.

Elevé los pensamientos por encima de las enriscadas barreras del valle, y le llevé lejos, muy lejos de Tablanca; cerré los ojos, acudí a los repuestos de la memoria, y fui extrayendo de ella una verdadera legión de imágenes, a las que hice desfilar después, una a una, por delante de .