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Quiero que la conozcais, que es una muy linda señora, muy discreta, y de excelente genio; esta noche cenamos juntos con mi marido y mi amiguito el mago: venid á participar nuestro gusto. Llevóse la dama consigo á Babuco, y el marido que estaba sumido en el mas hondo dolor recibió á su muger con raptos de gratitud y alborozo, dando mil abrazos á su muger, á su dama, al mago, y á Babuco.

Metieron al buen hombre en su aposento, y a con él; cenamos, y acostámonos todos los de la casa, y a las dos de la mañana levántase en camisa y empieza a andar a oscuras por el aposento, dando saltos y diciendo en lengua matemática mil disparates.

Decía alabanzas de la dieta y que se ahorraba un hombre de sueños pesados, sabiendo que en su casa no se podía soñar otra cosa sino que comían. Cenaron y cenamos todos y no cenó ninguno.

Cenamos y nos dieron las tres de la mañana. En todo el club no se hablaba de otra cosa que de la boda, y, como era natural, la crítica se recreaba en morder el argumento por todas sus faces. ¿Vienes a casa? me dijo don Benito; tu cuarto está pronto. Acepté. A las cuatro de la mañana entrábamos en la casa de mi viejo amigo. Charlamos largo rato y en medio de la charla de don Benito, me adormecí.

"Es cosa muy saludable y provechosa decía cenar poco para tener el estómago desocupado", y citaba una retahila de médicos infernales. Decía alabanzas de la dieta, y que ahorraba un hombre sueños pesados, sabiendo que en su casa no se podía soñar otra cosa sino que comían. Cenaron, y cenamos todos, y no cenó ninguno.

Subimos en mi cupé clarence y cenamos en el café de París soberbiamente... unas armoricains y un homard, que sólo ese Sempé es capaz de proporcionar en esta tierra imposible! ¡Qué mujer tan flirtante!... ¡Me llamaba Mon petit Pichonot! En este instante mi tío Ramón regresaba con Blanca del buffet. Comienza nuestro vals, señorita, y yo lo reclamo.

Yo grito: «¡Sal de ahí, adorado sarnifugueroSe baña, se fregotea durante una hora, se pone un traje de casa, y a la mesa, a cenar. Mientras cenamos me hace la crónica social de todos los ranchos, que suele ser tan divertida como la de los salones. La tragicomedia es la misma, como te he dicho; sólo cambian el medio, las formas y los trajes.

El timbre fresco de la voz de Lucía le volvió a sugerir la misma reflexión de antes. Imposible parece que esté casada. Cualquiera pensará que sale de un colegio. Y, de recio, preguntó: Vamos a ver, señora; ¿dónde dejó usted a su marido? ¿Lo recuerda usted? ¿Qué yo? Si me dormí.... ¿Y dónde se durmió usted? ¿No lo sabe usted tampoco? En la estación donde cenamos.... En Venta de Baños.

Mi cara no debe expresar suprema alegría, porque el taimado galeno se echa a reir y agrega: Le vamos a dar en cambio una compensación... Los Funes han vivido estos quince días con la cabeza en el aire, y no extrañe, pues, si han olvidado muchas cosas, sobre todo en lo que a Vd. se refiere... Por lo pronto, hoy cenamos allá.

Cuando llegó el momento de irnos a cenar, preguntó don Pedro Nolasco muy sorprendido: ¿Pero, cómo?... ¿No cenamos aquí? ¡No señor! respondió mi tío empujándonos hacia la puerta. Pero ¿por qué? insistió aquél erguido sobre el fogón.