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Celinina, en sus ratos de mejoría, no dejaba de la boca el tema de la Pascua; y como sus primitos, que iban á acompañarla, eran de más edad y sabían cuanto hay que saber en punto á regalos y nacimientos, se alborotaba más la fantasía de la pobre niña oyéndoles, y más se encendían sus afanes de poseer golosinas y juguetes.

Para colmo de aflicción, vió la buena señora por todas partes los objetos con que Celinina había alborozado sus últimos días; y como éstos eran los que preceden á Navidad, rodaban por el suelo pavos de barro con patas de alambre; un San José sin manos; un pesebre con el Niño Dios, semejante á una bolita de color de rosa; un Rey Mago montado en arrogante camello sin cabeza.

Celinina iba con ellos, y como por primera vez andaba en aquellas altitudes, se atolondraba un poco. «Ven acá le dijo uno, dame la mano y volarás más derecha.... Pero ¿qué llevas ahí? Esto repuso Celinina oprimiendo contra su pecho dos groseros animales de barro. Son pa , pa . Mira, chiquilla, tira esos muñecos. Bien se conoce que sales ahora de la tierra.

La bandada que formaban era más grande que cuanto pueden abarcar los ojos en el espacio visible, y cubría la luna y las estrellas, como cuando el firmamento se llena de nubes. No valen nada los Nacimientos de este año... ¡Cuando uno recuerda aquellos tiempos...!» Celinina iba con ellos, y como por primera vez andaba en aquellas altitudes, se atolondraba un poco.

El papá salió medio loco, corrió por las calles; pero en mitad de una de ellas se detuvo y dijo: «¿Quién piensa ahora en figuras de nacimiento?» Y corriendo de aquí para allí, subió escaleras, y tocó campanillas, y abrió puertas sin reposar un instante, hasta que hubo juntado siete ú ocho médicos, y les llevó á su casa. Era preciso salvar á Celinina.

Celinina, en sus ratos de mejoría, no dejaba de la boca el tema de la Pascua; y como sus primitos, que iban á acompañarla, eran de más edad y sabían cuanto hay que saber en punto á regalos y nacimientos, se alborotaba más la fantasía de la pobre niña oyéndoles, y más se encendían sus afanes de poseer golosinas y juguetes.

Desde que Celinina cayó enferma, sintió el afán de las poéticas fiestas que más alegran á los niños: las fiestas de Navidad. Ya se sabe con cuánta ansia desean la llegada de estos risueños días, y cómo les trastorna el febril anhelo de los regalitos, de los nacimientos, y las esperanzas del mucho comer y del atracarse de pavo, mazapan, peladillas y turrón.

Poco á poco fué extinguiéndose en ella aquel acompasado son, que es el último vibrar de la vida, y al fin todo calló, como calla la máquina del reloj que se para; y la linda Celinina fué un gracioso bulto, inerte y frío como mármol, blanco y transparente como la purificada cera que arde en los altares. ¿Se comprende ahora el remordimiento del padre?

Porque Celinina tornara á la vida, hubiera él recorrido la tierra entera para recoger todos los bueyes y todas, absolutamente todas las mulas que en ella hay. La idea de no haber satisfecho aquel inocente deseo era la espada más aguda y fría que traspasaba su corazón.

Traspasados de dolor padre y madre, quisieron engañarla, para que tuviese una alegría en aquel instante de suprema aflicción, y presentándole los pavos, le dijeron: «Mira, hija de mi alma, aquí tienes la mulita y el bueyecitoPero Celinina, aun acabándose, tuvo suficiente claridad en su entendimiento para ver que los pavos no eran otra cosa que pavos, y los rechazó con agraciado gesto.