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Actualizado: 21 de mayo de 2025


10 Y cayó el pavor del SE

Y viendo que el teatino le quería predicar, vuelto a él, le dijo: «Padre, yo lo doy por predicado; vaya un poco de Credo, y acabemos presto, que no querría parecer prolijo». Hízose así; encomendóme que le pusiese la caperuza de lado y que le limpiase las barbas. Yo lo hice así. Cayó sin encoger las piernas ni hacer gesto; quedó con una gravedad que no había más que pedir.

Con estas municiones el partido Nuestro se mejoró de tal manera, Que el contrario se tuvo por vencido. Cayó su presuncion soberbia y fiera, Derrumbanse del monte abaxo quantos Presumieron subir por la ladera, La voz prolija de sus roncos cantos El mal suceso con rigor la vuelve En interrotos y funestos llantos.

A los seis meses ambos maridos eran destinados al ejército del Norte y salían de Madrid dejando a sus mujeres poseídas de la más amarga tristeza, y embarazadas del mismo tiempo. Hacia los primeros días de 1874, la desgracia cayó sobre ellas en forma irremediable y terrible. Un extraordinario de un periódico les dio repentina y brutalmente la noticia.

Cayó en la habitación el manto de la noche sin estrellas ni luna, y el listón desprendido de la cornisa golpeó en el cristal con lento soniquete.... En el palacio de Luzmela anidaban el dolor y la zozobra, en ayuntamiento infeliz.

Volvióse como lo pensó; y andando paso a paso, oliendo el clavel de tiempo en tiempo y con la otra mano en la cadera, iba discurriendo al siguiente tenor: El clavel se le cayó a ella de la boca; yo le recogí del suelo y quise dársele; ella le miró, viole sin rabillo, y me dijo: «no sirve ya, puede usted tirarle...» palabras textuales; y yo le tiré, bien sabe Dios que contra mi gusto.

Para terminar, diré que el padre Luís Sotelo, al volver al Japón, cayó en manos del gobernador de Nagasaki en 1622, siendo preso y condenado á morir quemado á fuego lento, llevándose á cabo la bárbara sentencia en 25 de Agosto de 1624.

Sobre la pobre Rafaela cayó un diluvio de aguacates, tomates, naranjas, bananas, cambucás y mantecosas chirimoyas. Rafaela estaba dotada de un estoicismo, no sólo a prueba de fruta, sino a prueba de bomba. Sufrió con calma el descalabro y hasta lo tomó a risa, calificando de majaderos a los que suponían que cantaba mal y de hipócritas a los que censuraban sus evoluciones y meneos coreográficos.

Ni fue el último, porque más adelante, en un sembrado, aún levantó el can un bando tan numeroso, tan próximo, y que salía tan a tiro, que era casi imposible no tumbar dos o tres perdices disparando a bulto. Otra vez hizo fuego Julián. El perdiguero ladraba de entusiasmo y de gozo.... Mas ninguna perdiz cayó.

Y don José Antonio de Areche, del Consejo de Indias y caballero de la distinguida orden de Carlos III, no tardó en presentarse ante su rey, y disertar con él largo y tendido sobre los atrenzos del real tesoro. Y por consecuencia de la plática entre señor y vasallo, nos cayó como llovido por estos reinos del Perú, en 1777 y con el título de Visitador general, un culebrón de los finos.

Palabra del Dia

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