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Y sobre el contento y la satisfacción de amor propio que por enamorar a tan bella e ilustre dama se prometía, hubo de prometerse también desbancar y humillar a aquel castellano intruso, a quien sin saber porqué, puede ser que por envidia, había cobrado odio desde que le vio por vez primera. Pedro Carvallo, no obstante, distó mucho de conseguir su propósito.

Pedro Carvallo, aunque inhábil, era fuerte y menudeaba sus golpes con tanto brío, que los quites de Morsamor tenían que ser también muy violentos. En uno de estos quites, Morsamor dio de plano y con tanta fuerza en el brazo de su contrario, que le derribó por tierra la espada. Generosamente se contuvo Morsamor, para que el desarmado volviera a armarse.

Dos robustos y estupendos rufianes le tenían bien cogido entre sus enormes manazas fuertes como el hierro, y Teletusa y Tiburcio, sin dejar de reír, le ataban de pies y manos con suma destreza y valiéndose de lienzos retorcidos a falta de cuerdas que por allí no había. ¡Matadme o soltadme para que le mate! gritaba Pedro Carvallo.

Vergonzosa sería la victoria del que saliese vivo de aquí, y más vergonzoso el término de quien aquí quedase muerto o herido. La poca vergüenza contestó Pedro Carvallo feroz y groseramente es la de esas viles palabras con que tratáis de disimular vuestra cobardía. Defendeos o mataros he como a un perro. Pedro Carvallo se abalanzó entonces con furia contra Morsamor.

Carvallo cuando allí llegue. La algazara promovida por estos sucesos que atrajo al cuarto de Teletusa en donde ocurrían. Tal ha sido la causa de mi tardanza en venir por aquí, donde algún indicio leve tenía yo de que tan dulce bien me aguardaba. Por dicha, y merced a vuestra destreza, serenidad y generosa sangre fría, todos hemos llegado a tiempo de evitar una tragedia.

Este, desdeñando la provocación y el insulto y procurando aún excusar un lance que le parecía poco o nada honroso, dijo a Pedro Carvallo: Sosegaos, señor, y no llevemos a tan crudo extremo este negocio. Ruin fundamento tendrían nuestro duelo y la muerte de cualquiera de nosotros dos en esta casa extraña, y que ambos hemos asaltado.

le tenía asido y exclamaba con jubiloso entusiasmo: ¡O gioja ed orgoglio del mio core! ¡O coraggioso mio drudo! Las tiernas y repentinas caricias de la vaga italiana, fueron acompañadas de un diluvio de improperios y de blasfemias, que salían de la boca de Pedro Carvallo, haciéndole coro con risotadas alegres Teletusa y Tiburcio. Pedro Carvallo sólo podía herir ya con la lengua.

Y como Pedro Carvallo era poco circunspecto y muy jactancioso y no sabía refrenar la lengua, habló en varios sitios y con no pocas personas, contra el aventurero castellano y hasta llegó a decir que le provocaría, le retaría y le daría muerte. Nadie, por fortuna, llevó a los oídos de Morsamor tales fieros y jactancias.

Pero la Reina, con la propia condición de mujer, y más aún de la que vive retraída y desocupada, se complacía en saber todas las intrigas y sucesos, sobrando siempre damas de la servidumbre que se empleasen a porfía en averiguarlos y en contárselos luego. Pronto, pues, supo la Reina la rivalidad de Pedro Carvallo y de Morsamor, así como las coqueterías de doña Sol que la habían causado.

Ciudad; quienes convocarán á las capitales y ciudades sufragáneas del vireinato, para que en consorcio y reunion de sus votos, se establezca el método de gobierno sucesivo. Por el Sr. D. Vicente Carvallo, se dijo: Que se conforma en todo con el voto del Sr. D. Cornelio de Saavedra; entendiéndose deba tener voto decisivo el caballero Síndico Procurador general. Por el Sr.