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Actualizado: 10 de julio de 2025
No quisiera acabar mi artículo sin advertir que reconocí en el baile al famoso prestamista, y en los hombros de su mujer el chal magnífico que llevaba tres Carnavales en el cautiverio; y dejó de asombrarme desde entonces el lujo que en ella tantas veces no había comprendido.
Atendió mucho a la conversión de infieles, y aun fundó en Chanchamayo colonias y fortalezas, que posteriormente fueron destruidas por los salvajes. En Lima estableció el alumbrado público con pequeño gravamen de los vecinos, y fué el primer virrey que hizo publicar bandos contra el diluvio llamado juego de carnavales. Verdad es que, entonces como ahora, bandos tales fueron letra muerta.
Y vaya un modesto empleado de ochenta pesos al mes, que tiene que sostener una familia, y dar carrera al hijo único, que, por tratarse con lo más granadito de la sociedad, está obligado a presentarse con decencia; vaya, digo, un empleadillo de éstos, a mandarse hacer un frac cada dos carnavales y a gastarse la asignación mensual para cigarrillos del niño en botas de charol, con que poder ir a cortejos oficiales.
El famoso Gran Canal, teatro de tanto recuerdo, por cuyas serenas ondas han cruzado tantos valientes capitanes, tantos inspirados artistas, tantas hermosas mujeres, tantos arrojados marinos, todo el senado y aristocracia veneciana en sus elegantísimas góndolas: ese celebrado canal, que ha escuchado tantas palabras de amor, tantas serenatas de trovadores, que ha presenciado tantas citas, que ha servido de palenque á la bulliciosa alegría de sus animadísimos carnavales, ese lindísimo canal, que víó cercar sus riberas por ámbos lados de estupendos palacios de mármol, que se víó surcado, sin quejarse, por tantos centenares de lujosísimas góndolas; ese histórico canal, que crecia en magnificencia y hermosura todos los dias á compas de las conquistas venecianas que le adornaban de mármoles y jaspes preciosos; ese canal, digo, contemporáneo de la grandeza de la república, es hoy testigo tambien de su postracion y abatimiento.
El primogénito de los claques fue objeto de una serie de transacciones y reventas chalanescas, hasta que lo adquirió por dos cuartos un cierto vecino de la casa, que tenía la especialidad de hacer el higuí en los Carnavales. Adoración se pegaba a doña Jacinta desde que la veía entrar. Era como una idolatría el cariño de aquella chicuela.
Lo mismo decía el dueño de aquel «surtú» que ha pasado en aquella percha dos inviernos; y la que trajo aquel chal, que lleva aquí dos carnavales; y la... Pepe, te daré lo que quieras; mira, estoy comprometido; ¡no me queda más recurso que tirarme un tiro! Al llegar aquí el diálogo, eché mano de mi bolsillo, diciendo para mí: no se tirará un tiro por diez y seis pesos un joven de tan buen aspecto.
De esta entrevista quedaron reconciliados la pitillera y el picador, que la acompañó algunas veces por la cuesta de San Hilario abajo, sin renovar sus pretensiones amorosas. El Carnaval de las cigarreras Unos días antes de Carnavales se anuncia en la Fábrica la llegada del tiempo loco por bromas de buen género que se dan entre sí las operarias.
Palabra del Dia
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