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Actualizado: 23 de mayo de 2025
El dueño del tenducho de las Cambroneras pareció apiadarse de su miseria, aceptando todas las promesas de pronto pago. La inclemencia del tiempo ablandaba al tendero, y el joven logró subir con dos panes, una botella de vino, queso y una lata de sardinas. Fiesta completa. Después de comer, sintió un renacimiento de su amor a la vida.
Adiós, que lo pase bien, y que encuentre a su moro con salud... Vaya, conservarse». Siguió cada cual su rumbo, y a la entrada del Puente, dirigiose Benina por la calzada en declive que a mano derecha conduce al arrabal llamado de las Cambroneras, a la margen izquierda del Manzanares, en terreno bajo.
Para hacer carrera, hay que ser prudente. La vida no es un juego; no hay que soñar, joven amigo. Maltrana volvió desesperado a su tugurio de las Cambroneras. Entraba todos los días en Madrid persiguiendo una esperanza, pero ésta revoloteaba ante él sin dejarse alcanzar.
En Septiembre se verificaban las de Illescas, Aranjuez, Ocaña, Mora, Quintanar y Belmonte. Y en Octubre eran las últimas: las de Consuegra, Talavera y Torija. Días antes de establecerse Maltrana en las Cambroneras, habían llegado todos los vecinos de regreso de estas últimas ferias, dando por terminada la buena época del «trato».
Creyó en la posibilidad de conmover a aquel tendero de las Cambroneras al que tanto debía. Su salvación, por el momento, estaba allí, ya que en Madrid todos eran invisibles, como si el frío endureciese las conciencias, como si la paralización de la vida aislase a los hombres en su egoísta bienestar. Regresó a casa.
Don Quijote dijo que, aunque llegase al abismo, había de ver dónde paraba; y así, compraron casi cien brazas de soga, y otro día, a las dos de la tarde, llegaron a la cueva, cuya boca es espaciosa y ancha, pero llena de cambroneras y cabrahígos, de zarzas y malezas, tan espesas y intricadas, que de todo en todo la ciegan y encubren.
Pues yo quisiera hablar con él, por ver si quiere tomarme... Le tomará a usted medidas. Eso dice... ¿Qué? Que está furioso... Loco perdido. A mí por poco me mata esta mañana de la tirria que me tiene. En fin, el disloque. Se muda de Santa Casilda... Se va a las Cambroneras. Le ha dado la tarantaina, y baila sobre un pie solo».
Pepe el cobrador relatábale las costumbres y rarezas de aquellas gentes, a las que él llamaba «su ganado». Existían dos grandes divisiones en el vecindario de las Cambroneras, cuyos límites nunca llegaban a confundirse; a un lado los payos, que eran los menos, y al otro los gitanos, que constituían la mayor parte de la población.
Salían de las Cambroneras poco después de surgir el sol, camino de la plaza de la Cebada, para decir la buenaventura y echar las cartas a las criadas, que eran su mejor clientela. Los hombres se desperezaban en la puerta; las bandas de chicuelos color de chocolate, descalzos y con la panza al aire, se agarraban a las faldas pintarrajeadas de las madres.
En fin, señora, allí le tiene usted tumbado sobre la alfombra de picos, y tan quieto que parece que lo han vuelto de piedra». Distinguió, en efecto, Benina la inmóvil figura del ciego, en un vertedero de escorias, cascote y basuras, que hay entre la vía y el camino de las Cambroneras, en medio de una aridez absoluta, pues ni árbol ni mata, ni ninguna especie vegetal crecen allí.
Palabra del Dia
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