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Actualizado: 25 de junio de 2025
No me extraña que se le ponga ese nudo.... Soy yo y lo tengo también.... Día y noche estoy cavilando en sus males, señorita.... Cuando vi aquella señal.... La lastimadura en la muñeca.... Por primera vez durante la conversación se encendió el descolorido rostro de Nucha, y sus ojos se velaron, cubriéndolos la caída de las pestañas. No respondió directamente.
En otras partes, los desgraciados encerrados han tenido que comerse unos á otros, y luego morir de hambre, intentando roer algunos restos de huesos; multitud de cadáveres han quedado esparcidos por el suelo, y durante muchos años se han visto rodar sus esqueletos, antes que el agua caída de las bóvedas los haya envuelto en un blanco sudario de estalagmitas.
Dentro, en la alberca, se escucha del débil chorro del agua la monótona caida, y el gemido de las auras en las rojas amapolas, en las dulces pasionarias, en la espesa madreselva y en las higueras enanas, que, con torcidas raíces, como bulbosas arañas, á las grietas del muro de la mezquita se agarran.
Pasó largo rato; terminóse aquella misa y salió después otra, y poco a poco fueron desapareciendo los fieles, quedando al fin sola la Albornoz, arrodillada delante, sin poderse sostener apenas, caída la cabeza, cruzadas las manos, imagen viva de la humildad aniquilada ante la misericordia.
Llevaron una existencia miserable durante unos años; pero, habiendo muerto el padre de una caída del caballo sin haber tomado la precaución de desheredar a la fugitiva, se encontró Sofía en posesión de una bonita fortuna, de la que disfruta con su esposo, quien la aprovecha para emborracharse concienzudamente una vez al día por lo menos.
Era la frialdad que se esparce entre los compañeros de un día cuando se acerca la hora de la separación y cada uno se va por su lado para no verse más. Las palabras pendían tristemente, como pedazos de hielo, sin levantar eco en su caída. A cada vuelta de las ruedas, la imponente señora era más reservada y silenciosa. Todo lo había dicho.
¡O mi soberbio Tequendama, dónde estás, con tu acceso difícil, tus bosques vírgenes, tus sendas abruptas, tus rocas salvajes! Heme instalado en un hotel trivial, el más próximo a la caída. Consulto mis instrucciones y recuerdos y hago mi plan.
Se hubiera dicho que era el alma de los bosques exhalando en suspiros de inquietud la melancolía que pone en ellos la caída de la tarde.
-Amaneció -prosiguió Sancho-, y, apenas me hube estremecido, cuando, faltando las estacas, di conmigo en el suelo una gran caída; miré por el jumento, y no le vi; acudiéronme lágrimas a los ojos, y hice una lamentación, que si no la puso el autor de nuestra historia, puede hacer cuenta que no puso cosa buena.
Cómo nos lo han cambiado, Luis. ¿Querrás creer que un día en el escritorio, al volver de Loyola, me contó con el mayor entusiasmo que había hecho una confesión general, un recuento de todos los pecados de su existencia y me afirmaba que después de esto se sentía con mayor salud, como si fuese otro mundo? No he presenciado caída como esta.
Palabra del Dia
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