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Al día siguiente, de mañanita, todo estaba aparejado; y, llegada la hora, sacáronse a la calle, por la puerta principal, las acémilas cargadas, el cuartago para Ramiro y el macho rucio para el Canónigo, quien debía acompañarle hasta Castellanos de la Cañada. Ramiro subió a despedirse de su abuelo.

El fúnebre camino atravesaba la cañada del Oso, revestida a aquella hora de sombrío y tenebroso aspecto. Los campeches, escondiendo en el rojizo terreno sus pies, guarnecían la senda como en fila india, y sus inclinadas ramas parecían echar una extraña bendición sobre el féretro que avanzaba lentamente.

Se egecutó en la latitud S de 34 grados 16 minutos. A las tres seguimos lo mismo, hasta las cinco y media que paramos en dos lagunitas accidentales: anduvimos 14 leguas por el rumbo del O cuarto NO: en este terreno vimos el pasto regular. Dia 28. A las doce y media de la noche seguimos la marcha hasta las seis de la tarde que hicimos alto en la cañada de unos arbolitos que llaman chañares.

»Con esto resolví volverme después de dos días, porque no había agua que beber; y en estos dos días que estuve allí, fué forzoso beber de unos charquitos que se habían juntado en una cañada, una legua del pueblo, de un aguacero que cayó, que más era barro que agua; y de una poca que ellos tenían recogida, llovediza, en unos calabazos, nos dieron uno, por gran fineza, y vendido por un poco de maíz.

Había yo llegado el día anterior con Raleigh-Stirling, el famoso sportman escocés, que se dedica á la pesca del salmón y al que había encontrado en el lago salado capturando monstruos. Se vino conmigo, dispuesto á seguir su pesca en Sacramento, y yo me entretuve en cazar en el Canadá, donde maté algunos bisontes.

Había especialmente una circunstancia que me ayudó mucho en la tarea de reanimar y reconstruir la figura del vigoroso soldado que peleó en las fronteras del Canadá, cerca del Niágara, del hombre de energía sencilla y verdadera.

Los Manantiales de Piñeiro están en una cañada tendida de N á S, hasta incorporarse con el arroyo Salado.

Algunas veces la cañada se ensancha un poco, y entonces entre el camino que sigue pegado á la falda de la colina y el río queda cierto espacio que se prolonga formando una pradera más larga que ancha. Todas estas praderas pertenecían al marqués de Camposagrado y eran los pedazos de tierra más fértiles de la comarca.

Hay que figurarse la antigua fábrica de aserrar, con su amplio techo plano, su pesada rueda llena de témpanos, su ancha barraca débilmente iluminada por una hoguera, cuya luz disminuía al acercarse el crepúsculo, y alrededor del fuego gorros de piel, sombreros de fieltro, negros perfiles mirándose unos por encima de otros y apretándose como si formaran una muralla; a lo lejos, en los claros de los bosques y en las anfractuosidades de la cañada, se veían otras hogueras que iluminaban grupos de hombres y mujeres agazapados en la nieve.

El verde claro y deslumbrador de éstos resaltaba y hacía contraste con el oscuro de aquéllos, regalando la vista y convidando á reposar. El río corría murmurando por el fondo de la cañada. En uno de los prados que bordaban el camino, corría también un arroyo que servía para mover el molino que blanqueaba entre los árboles.