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Don Marcos vió á los dos hombres frente á frente, desnudos de cintura arriba, brillándoles los bustos con la humedad de la reciente frotación, cimbreando en sus manos unos sables con filos de navaja de afeitar. «¡AdelanteAlguien dirigía el combate. «¡Pero esto es una barbaridad! pensó el español . Estos hombres son unos salvajes

Luego de comer salió a una pequeña galería que daba sobre el jardín, con su ruinosa baranda de balaustres coronada por tres bustos romanos. A sus pies extendíase el follaje de las higueras, las barnizadas hojas de los magnolieros, las bolas verdes de los naranjos.

Pero la blancura de los bustos había tomado un color de chocolate; los bronces estaban enrojecidos por el óxido, los oros eran verdes, las coronas se deshojaban. Parecía que hubiese llovido ceniza sobre la inmovilidad de las cosas. Las personas ofrecían igual aspecto de abandono y decadencia.

¡Adios, afortunados mármoles, que nos representais hombres sencillos, valerosos y honrados! ¡Adios, mármoles, que dais testimonio de que existieron en el mundo la barbarie, la valentía, el cumplimiento de la palabra, la lealtad y la buena fe! ¡Adios bustos! ¡Adios prebostes! ¡Adios, cristianos viejos! ¡Adios, vosotros que fuisteis aquí, lo que los antiguos alcaldes fuéron en mi patria! ¡Dios os tenga en su reino, que harto merecen la gloria eterna, los que siendo incultos, supieron ser cristianos!

Su nombre había pasado los límites de La Rioja; Rivadavia lo invitaba a contribuir a la organización de la República; Bustos y López a oponerse a ella; el Gobierno de San Juan se preciaba de contarlo entre sus amigos, y hombres desconocidos venían a los Llanos a saludarlo y pedirle apoyo para sostener este o el otro partido.

Hemos tenido un gran placer. Visitamos el Instituto, y vimos las estátuas de Bossuet, de Descartes, de Fenelon y de Tully. Vimos tambien con gran satisfaccion los bustos de otros hombres célebres, entre ellos el de Molière, sin embargo de que este gran poeta no perteneció á la Academia de su siglo. Pertenecia á otra Academia mucho más grande: á la de la historia, á la del tiempo. El busto tiene esta noble y discreta inscripcion: Rien ne manque

Eran caserones rojizos del tiempo de los virreyes españoles ó palacios del reinado de Carlos III. Sus anchas escalinatas estaban adornadas con bustos policromos procedentes de las primeras excavaciones en Herculano y Pompeya.

Gloria de los Reyes Católicos es aquella página de piedra, y así lo pregonan los bustos de Fernando y de Isabel que ocupan un gran medallón sobre la puerta principal; así lo confirma el venerable escudo de sus armas, y así lo reza terminantemente una leyenda ó rótulo, que dice en griego: «Los Reyes á la Universidad, y la Universidad á los Reyes

Afirmo, bajo mi palabra de honor, que hemos visto aquellos bustos originales en los lugares indicados; el de azúcar, en una de las confiterías de la calle de San Honorato, y el de chocolate, en la esquina del gran hotel del Louvre. Pero estaban admirablemente ejecutados, se dirá.

Entre las baldosas de las calles, en los portales, las escaleras, los patios y los corredores de las casas, se ven en increible abundancia ó losas de leyenda confusa, ó bustos deteriorados y truncos, ó columnas dislocadas y de formas diversas. Aquella ciudad es en gran parte una ruina formada con escombros antiquísimos, que el tiempo habia dispersado en la falda y al pié de la colina.