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Actualizado: 15 de julio de 2025


Abandonaron sus asientos, y al dirigirse a una de las escalerillas para descender al paseo, notaron en el mar varias curvas negras y veloces que asomaban un instante sobre el agua, sumiéndose y reapareciendo más lejos entre burbujeo de espumas. Son atunes dijo Maltrana . O tal vez sean delfines... ¡Quién sabe! De seguro que no son sirenas repuso Ojeda.

A las once todavía charlaba con Rufina, su pobre mujer, que se revolvía inquieta en la cama hablando de los negocios. No podían marchar peor. ¡Vaya un verano! En el anterior, los atunes habían corrido el Mediterráneo en bandadas interminables.

Un pueblo apreciable, en la costa más encantadora que se conoce, practica una extraña fiesta: reúnense allí quinientos ó seiscientos atunes para quitarles la vida á todos en un mismo día. En un vasto recinto de barcas, la larga red, la almadraba dividida en varios compartimientos, levantada por cabrestantes, hácelos llegar pausadamente y meter en el cuarto de la muerte.

Todo lo sabían aquellas criaturas, a pesar de sus pocos años, como si al cogerse al pezón de la nodriza hubiesen comenzado a hojear el primer libro. Sus juicios resonaban terribles, inexorables, concisos, capaces de hacer temblar de pavor las mesas del café. Casi todos los escritores españoles eran atunes, besugos o percebes: género marítimo que sólo podía gustar a paladares groseros.

Una verdadera flota lo ocupaba todas las noches, sin espacio apenas para moverse; pero con el aumento de barcas había venido la carencia de pesca. Las redes sólo sacaban algas o pez menudo; morralla de la que se deshace en la sartén. Los atunes habían tomado este año otro camino, y nadie conseguía izar uno sobre su barca. Rufina estaba aterrada por esta situación.

Pero el conde se sintió interesado por este cráter muerto y solitario en medio de un mar que sólo frecuentan las barcas de pesca. Ferragut había visto igualmente, aunque de lejos, al entrar en el puerto de Trápani, el archipiélago de las Egades, donde existen grandes pesquerías de atunes. Había desembarcado una vez en la isla Pantelaria, situada á medio camino entre Sicilia y África.

Antoñico estaba ya de pie y listo para partir, con la gravedad y satisfacción del que se gana el pan a la edad en que otros juegan; al hombro el capazo de las provisiones y en una mano la banasta de los roveles, el pez favorito de los atunes, el mejor cebo para atraerles. Padre e hijo salieron de la barraca y siguieron la playa hasta llegar al muelle de los pescadores.

Palabra del Dia

godella

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