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Actualizado: 22 de mayo de 2025


La mujer, la verdadera mujer, es un producto artificial de las civilizaciones maduras, algo como las flores de invernadero, de una belleza complicada y perversa. Sólo en las grandes ciudades que llegan á ser decadentes, porque no pueden ir más allá, se encuentra á la mujer.

El ajenjo, veneno lento, da por lo menos cierta excitación artificial; la chicha enbrutece como el opio... Henos por fin en el bonito Hotel del Valle, situado a la entrada del pueblo de Guaduas y único albergue decente en todo el camino de Honda a Bogotá. Hay, sin embargo, mucha gente y es necesario contentarse con poco.

No había más que notar cómo iba vestida a la catedral. «Estas señoras desacreditan la religión». Obdulia ostentaba una capota de terciopelo carmesí, debajo de la cual salían abundantes, como cascada de oro, rizos y más rizos de un rubio sucio, metálico, artificial. ¡Ocho días antes el Magistral había visto aquella cabeza a través de las celosías del confesonario completamente negra!

Ahora bien: basta que dos personas sorban los deleites de la vida de un modo anormal, para que se comprendan tanto más íntimamente, cuanto más extraña es la obtención del goce. Se unirán en seguida, excluyendo toda otra pasión, para aislarse en la dicha alucinada de un paraíso artificial.

Había en ellas una sensibilidad extrema, y por afortunada despreocupación, no habían adquirido esa cultura literaria artificial, buscada, que generalmente falsea y con frecuencia anula en la mujer el tacto artístico. Por eso podían amar con naturalidad el estilo de ciertos autores y preferirlos a otros sin obedecer a sugestión alguna.

El príncipe sintió lastima por estos pigmeos. ¡Desdichados! Se preparaban á jugar, á encerrarse entre paredes, bajo la luz artificial, sin otra ilusión que la del dinero. A él le esperaba algo mejor: iba á conocer por unas horas la única embriaguez interesante de nuestra existencia.

»Las mujeres se sientan juntas en el extremo exterior del anfiteatro, á donde los hombres nunca penetranEn el viaje de un flamenco, que visitó á España por los años de 1655, se lee lo siguiente: «Los actores no representan con luz artificial, sino con la del día, y, por consiguiente, privan á la escena de sus principales encantos. Sus trajes no son lujosos ni guardan la propiedad debida.

Este símbolo podía representar la situación espiritual mía en aquella época lejana en que estudiaba en San Fernando. Hoy, cosa extraña, no me gusta nada el Mediodía, y tampoco me entusiasman las palmeras, que son, indudablemente, decorativas, pero que tienen aspecto de algo artificial. En el tiempo de que hablo era yo el pino que aspira a transformarse en palmera.

No, porque luego desciende en bienhechora lluvia, más fecundante que todo riego artificial, y aun de este mismo riego artificial es causa mediata, ya que la lluvia, que viene del cielo, cuaja y forma en la cima de los montes con apretada y cándida nieve las inexhaustas urnas, de donde brotan y se desatan arroyos y ríos en cristalinos raudales.

Van á verse dentro de poco; don Marcos le ha invitado á comer en su casita de Beausoleil, convencido de que su compañía será agradable al príncipe. Toma la mano artificial de éste, y no parece notarlo. Sus ojos y su pensamiento están puestos en los vidrios del café, inflamados en plena tarde, á través de los cuales pasa el cadencioso susurro de los violines.

Palabra del Dia

ancona

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