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Actualizado: 18 de julio de 2025
El lago de Zuric es, sin disputa, el mas civilizado de cuantos encierra Suiza. Mirando desde el centro hácia la ribera oriental, se ve en una extension de muchos kilómetros una interminable sucesion de quintas y pequeñas poblaciones, que son como los arrabales de Zuric, tan enlazadas ó en contacto que parecen formar una ciudad.
En otra ocasión, pasando por uno de los arrabales con Genoveva, otra mujer que estaba a la puerta de una pobre vivienda, con un niño moribundo entre los brazos, le suplicó que le tomase entre los suyos y rezase un padrenuestro por él.
Cuéntanse diferentes líneas de ómnibus que hacen el servicio entre la ciudad y los arrabales: yo me detengo á hacer mencion de esto, porque es un adelanto en una ciudad tan alejada del movimiento europeo.
¡Qué bonitas! La mujer del pueblo es más varia. Tenemos las artesanas y del pequeño comercio; tenemos las labradoras que viven en el Albaicín, en las Huertas, en el barrio de San Lázaro y en todos los arrabales; y tenemos la inmensa falange de criadas de aquella población donde apenas hay criados masculinos. Estos bailes y estos cantos son estrictamente nacionales y casi se reducen al fandango.
Por fin, después de recorrer todos los arrabales exteriores y las cuadras de la ciudad, lograron obtener a precio muy alto dos cuartagos de desecho, veteranos del trabajo de arrastre, cuya presencia infundía 19 veneración y un vivo deseo de andar a pie.
El rápido de París a Belfort atraviesa velozmente los arrabales. Aunque estamos en mayo, la mañana sin sol es fría. Un fuerte viento del Noroeste impulsa grandes nubarrones que se deshacen en lluvia sobre los campos de trigo, de cebada y de alfalfa que cubren con sus variados matices las monótonas llanuras de la Brie.
Don Juan Príncipe se dirigía a través de los arrabales del pueblo hacia el hotel, mientras el tren de la tarde lanzaba en un silbido su habitual e indignada protesta al tener que pararse en Génova.
Caminaba perezosamente por las calles de la ciudad en los fríos crepúsculos de invierno, comprando los encargos de su madre, deteniéndose embobada ante los escaparates que empezaban á iluminarse, y al fin, pasando el puente, se metía en los obscuros callejones de los arrabales para salir al camino de Alboraya. Hasta aquí todo iba bien.
Estaba compuesta en su casi totalidad por lo que durante el período revolucionario se llamó pueblo soberano, esto es, por todos los pilluelos y ganapanes de la ciudad, a los cuales se agregaban algunas personas dignas, aunque ociosas, y casi todas las comadres de los arrabales.
Decía que a estas iniciales A.S. debía ponérseles signo de admiración para que dijeran: ¡A Ese! Contábase con visos de verosimilitud que en Cuba, adonde había ido a buscar fortuna, compró un tabernucho en los arrabales de la Habana, con todo su mobiliario, incluyendo en él una negra destinada a su servicio.
Palabra del Dia
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