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Actualizado: 22 de junio de 2025


Empieza pues á insinuarse el amaneramiento desde antes de florecer como arquitecto de S. Pedro de Roma el Borromino.

El botánico le pone un mote; el matemático le da ciertas dimensiones, en relación con la circunferencia del ecuador, ¡atiza!; el arquitecto lo considera como una viga maestra; el ingeniero naval, como una cuaderna o un mástil; el telegrafista, como un poste de telégrafos; el economista, como un valor cotizable; el ingeniero agrónomo, como un orden de cultivo; el médico, como una especie terapéutica; el químico, como una retorta en cuyo seno se efectúan ciertas reacciones; el biólogo, poco menos que como una persona; y así sucesivamente.

Donde se nos corrió un poco la mano fue en mi gabinete. «Por lo que pueda ocurrir», le había dicho yo al arquitecto. Entendióme la intención, y se despachó a su gusto, y al mío también.

Advirtiendo el indiscreto estupor con que yo contemplaba la habilidad del maestro, verdadero arquitecto de las cabezas, Doña Flora se rió mucho, y me dijo que en vez de pensar en ir a la escuadra, debía quedarme con ella para ser su paje; añadió que debía aprender a peinarla, y que con el oficio de maestro peluquero podía ganarme la vida y ser un verdadero personaje.

Digo de esta antorcha lo que dije del epitafio de su ilustre vecino. La inteligencia de Rousseau lo alumbrará todo, menos el lecho, en que reposa. Luego visitamos ligeramente los sepulcros del arquitecto del edificio, Soufflot, de Bougainville, del mariscal Lannes, y de siete ú ocho generales y senadores del primer imperio. Entre aquellos sepulcros vimos como escombros ó tierra removida.

El intento, si se realizaba, costaría un sentido; pero ¿qué tenía que ver ella con ese prosaico y vulgar detalle? ¿No era rica? ¿No daban sus caudales para todo? ¿No era el intento noble y, amén de noble, impuesto por la ley inexorable... «de las cosas»? Pues habría teatro doméstico, y lindo y elegante, como el mejor de su especie; y para lograrlo así y lo más pronto posible, conferenciaba a menudo con el mismo arquitecto que le había trazado y dirigido las obras de su casa, y con su hija para la formación, digámoslo así, de la troupe aristocrática que había de debutar en él, a más tardar en la próxima noche de Año Nuevo.

Pero sin arbotantes, la bóveda gótica espaciosa no es posible, porque los pilares sobre que arranca no tienen fortaleza bastante para contrarestar los empujes oblicuos; y sin embargo, el arquitecto que habia trazado la obra de la catedral nueva de Córdoba se habia propuesto en un temerario alarde de su ciencia, levantar sin arbotantes á mas de ochenta y ocho piés de altura bóvedas por arista de cincuenta piés de vuelo.

El fundador de esta grande obra política es el Soberano, cuya real beneficencia se extiende hasta lo más remoto de sus dominios; el arquitecto, el vasallo o vasallos que, con el amor y lealtad que se debe a Su Majestad y a la patria, propone los pensamientos que su aplicación y experiencia le han producido.

La hembra, ciega y glotona, turba la obra, amenaza los huevos; el macho no los deja, defiéndelos, más madre que la madre misma. Y con todo, ese ínfimo entre los ínfimos es un tierno y laborioso padre de familia: tan pequeño, tan débil, tan desheredado, es ingenioso arquitecto, el obrero del nido, y con sola su voluntad, su ternura, consigue fabricar la protectora cuna.

Su táctica consistía en atacarlos donde más les dolía; esto es, en sus bienes inmuebles. Cuando en alguna calle había una o más casas de cualquier socio del Saloncillo y ninguna de sus amigos, hacía que el arquitecto municipal variase la rasante, dejándola más baja.

Palabra del Dia

rigoleto

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