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Actualizado: 31 de mayo de 2025


Como se habían ido las capas rojas, se fueron los pañuelos de Manila. La aristocracia los cedía con desdén a la clase media, y esta, que también quería ser aristócrata, entregábalos al pueblo, último y fiel adepto de los matices vivos.

Ha tenido nuevo empleo en las aduanas, ha comerciado luego en negros, ha quebrado después, que viene a ser para ciertos hombres de negocios como una buena poda para los árboles, la cual hace que retoñen con más brío, y hoy está tan boyante, que tiene resuelto ingresar en la primera aristocracia, titulando de marqués o de duque.

Comenzaron los jóvenes de la aristocracia, de la sangre y el dinero, los socios más eminentes del Club de los Salvajes, a festejarla apremiándola con vivas declaraciones.

Ya no hay más nobles que los que vienen de nobles, ni más aristocracia que la de la sangre vieja, porque no vivimos tiempos en que se puedan hacer nuevos nobles ni nuevos santos; nuevos nobles, porque en nuestra sociedad no hay ocasiones en que acreditar la bravura personal; nuevos santos, porque todos estamos tan bien protegidos por las leyes, que ni a los más tímidos se les pone en trance de que muestren su timidez en términos de santidad.

Así, pues, la «haut» resulta un poco heterogénea, un poco mezclada y confusa, como toda nuestra vida. En Europa la aristocracia está nítidamente definida: la componen los que pueden ostentar un título nobiliario, otorgado, justa o injustamente, por los reyes, ya sea en antiguos pergaminos, ya en moderno y deleznable papel de barba.

A los bailes concurría todo Madrid, lo más cogolludo y rechispeante de la aristocracia, de la banca, de la política, de las artes y de las letras.

La libertad, según esta señora, se refería principalmente al sexto mandamiento. «Ella no había sido ni mala ni buena, sino como todas las que no son completamente malas, pero tenía la virtud de la más amplia tolerancia. Opinaba que lo único bueno que la aristocracia de ahora podía hacer era divertirse. ¿No podía imitar las virtudes de la nobleza de otros tiempos?

El cajero era diestrísimo en su oficio. Cuando terminaron, el duque se retiró a su despacho, donde le estaba esperando M. Fayolle, el famoso importador de caballos extranjeros, proveedor de toda la aristocracia madrileña. Bonjour, monsieur , dijo rudamente el duque dándole una palmada en la espalda . ¿Viene usted a encajarme algún otro penco?

Una duquesa, tres condesas, una marquesa y dos vizcondesas; además las de Domínguez y las de Mínguez, emparentadas con lo más elevado e inaccesible de la aristocracia española. Araceli estaba en sus glorias. Empezaba a perdonar a Elena su obscura estirpe en gracia de los muchos títulos que ya acudían a sus martes.

De esta herida, que dado el temperamento de su esposa, no tenía tiempo a cicatrizarse, vengábase lindamente despellejando a la aristocracia de Madrid, arrojando puñados de lodo que llegaban, a salpicar a las más altas personas. Pasaba el duque de Tornos por una de las lenguas más aguzadas y temibles de la capital. Venturita tuvo ocasión pronto de conocer su temple y su filo.

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