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Actualizado: 17 de julio de 2025


Sume usted: 18, 24, 9. En 51 horas, poco más de dos días, nuestra casa quedó perfectamente silenciosa, pues no había nada que hacer. Mi mujer estaba en su cuarto, y yo me paseaba al lado. Fuera de eso nada, ni un ruido. Y dos días antes teníamos tres hijos... Bueno. Mi mujer pasó cuatro días arañando la sábana, con un ataque cerebral, y yo acudí a la morfina.

AZUCENA. Me acuerdo de cuando achicharraron a tu abuela; iba cubierta de harapos; sus cabellos, negros como las alas del cuervo, ocultaban casi enteramente su cara; yo, tendida en el suelo, arañando frenética mi rostro, había apartado mis ojos de aquel espectáculo, que no podía suportar; pero mi madre me llamó, y yo corrí hasta los pies del cadalso... los verdugos me rechazaron con aspereza, no me dejaron darla siquiera un beso, y la metieron en el fuego... Todavía retiembla en mi oído el acento de aquel grito desesperado que le arrancó el dolor... Debe ser horrible, precisamente horrible ese suplicio; aquel grito desentonado expresaba todos los tormentos de su cuerpo, y los verdugos se reían de sus visajes, porque la llama había quemado sus cabellos, y sus facciones contraídas, convulsas, y sus ojos desencajados, daban a su rostro una expresión infernal...¡Y esto les hacía reír!

Desde el 63 todo estaba cerrado allí; sólo se abría los días de limpieza. La casa tenía por habitantes el silencio, que se aposentaba en las alcobas, entre luengas colgaduras hechas a imagen del sueño, y la obscuridad se agasajaba en las anchas estancias. Por algunas rendijas la luz metía sus dedos de rosa, arañando las tapicerías.

Despegábanse diariamente de la tierra europea algunos de estos monstruos, arañando la profundidad con las invisibles zarpas de sus hélices, repleto el vientre de carne humana estremecida por los espejismos de la esperanza.

790 Cuando ya no pudo hablar le até en la mano un cencerro, y al ver cercano su entierro, arañando las paredes, espiró allí entre los perros y este servidor de ustedes. 791 Le cobré un miedo terrible después que lo vi dijunto; llamé al alcalde, y al punto acompañado se vino de tres o cuatro vecinos a arreglar aquel asunto.

La verdugo cruel le está arañando El rostro y el pescuezo con el pecho. Fingiendo que se duele, esta gritando, Y su marido, dice, que del lecho Cayó, con un dolor crudo muy fuerte, Con ansias revolcando de la muerte. Los lutos se sacaron con contento, Las lágrimas son risas de heredero Y muy de presto ordenan casamiento, Por mas presto venir á pagadero.

Una niebla blanca se extendió ante sus ojos; le zumbaron los oídos... Pero cuando creía sentir cerca de él a su contrario, la niebla se deshizo, volvió a ver la luz tranquila y azul de la noche, y a pocos pasos, tendido igualmente en el suelo, un cuerpo que se revolvía, que se arqueaba, arañando la tierra, lanzando un ronquido angustioso, un hipo de muerte.

Palabra del Dia

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