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Actualizado: 16 de junio de 2025


Si en el transcurso de la lectura tropezaba casualmente con aquellas pocas palabras que han levantado a sus semejantes sobre el nivel de los más viejos, más sabios y más prudentes, si aprendía algo de una fe que está simbolizada por el sufrimiento, y si la antigua llama se suavizaba en sus ojos, no era nunca bajo la fuerza de una lección.

Como cierta vez leyese esta frase de Pidal: «Jáctome de ser escolástico», Belarmino se dijo: «Te lo había olido; también Bellido se jactará de ser escorbútico....» La urraca no aprendía a hablar, pero Belarmino no se impacientaba, y resistía resignado aquel baño abundante de vulgaridad, más por su conveniencia y para no soltar las amarras con el mundo, que por interés didáctico hacia el avechucho.

En la colección del Archiduque hay, en escritura demótica, conjuros para evocar á Osiris, á Chu, dios del Oriente, y á Amón, dios del Mediodía. La magia y la teurgia eran ciencias muy cultivadas en Egipto, y con cuyo auxilio se atraía á la luna desde el cielo, se aprendía el lenguaje de los pájaros, se transformaban las varas en serpientes y se hacían otra multitud de milagros.

Por espacio de tres siglos figuran estos apellidos, llevados por frailes, navegantes, militares, corregidores, adelantados, oidores, etc., en los cronicones de los diversos virreinatos de la era colonial, advirtiéndose su andariega presencia desde Méjico hasta la Asunción, pues el antiguo español aprendía la geografía andando.

»Yo aprendía el francés con alguna facilidad; pero el alemán, aunque era el especial cuidado de mi tío, me disgustaba sobremanera y tenía que violentarme, y ni aun así lograba retener en mi memoria una sola palabra de aquel idioma, que yo calificaba de bárbaro. Por último, rogué a Teobaldo que cesasen las lecciones, consintiendo él en ello, pero a condición de que se lo advertiría a mi tío.

Era que también en ella realizaba la adversidad su obra saludable; la joven aprendía a considerar como hombres a aquellos desgraciados, escoria de la sociedad, pero en los que brillaba aún la chispa divina debajo de las cenizas.

Venía a casa tres veces por semana, pues en un arranque de celo, cargó con la obligación de atascar mi cerebro con cuanta ciencia le era conocida. Y continuó en su empeño con perseverancia, por más que yo ejercitaba su paciencia. No porque tuviese la cabeza dura, no: aprendía con facilidad.

Perdonad, padre; al mismo tiempo que estudiaba letras, aprendía estocadas. Es verdad, me había olvidado; el que mata ó hiere á don Rodrigo Calderón... y bien; se hará lo posible porque seáis muy pronto capitán de la guardia española, al servicio inmediato de su majestad. Es que no quiero tanto.

Tiago le había llevado consigo á San Diego! Y sin embargo se aprendía de memoria la leccion sin dejar una coma, ¡aunque sin comprender mucho de ella!

Una vez encendió todos los cirios que teníamos allí en depósito, se prendió fuego a una estera y por poco no ardemos todas. ¡Con decirle a usted, señor doctor, que una vez llegó a poner la mano en una hermana! Era una niña medio loca... Muy dispuesta, eso ; lo que no aprendía era porque no quería aprenderlo.

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