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Actualizado: 30 de abril de 2025
El ferrocarril está construido sobre un piso artificial muy elevado que forma un inmenso puente sobre la ciudad, á fin de poder penetrar hasta el centro, sin interrumpir el tránsito de las calles; así es que, al pasar el viajero, ve debajo, en la profundidad, las casas apiñadas en interminables filas, y las gentes hormigueando por las calles como enanos ó liliputienses.
Ana todas las mañanas, por la fresca recorría la huerta y sacudía las ramas cargadas de cerezas acompañada de don Víctor, Pepe el casero y Petra; llenaban grandes cestas, forradas con hojas de higuera, de aquellos corales húmedos y relucientes; y la Regenta sentía singular voluptuosidad sana y risueña al pasar la finísima mano blanca por las cerezas apiñadas sobre la verdura de las hojas anchas y bordadas.
Semejante impulso era tan insólito en él que se imaginó propenso a un ataque de locura. Empezaron los acordes de otro vals. Adriana y Castilla entre las parejas apiñadas, buscaban sitio para bailar. Muñoz vio de pronto, claramente, que Castilla acariciaba la mano que Adriana había apoyado un instante en su brazo.
El empuje de este vértigo reformista derribaba sus apiñadas viviendas y secaba los fondeaderos tradicionales de sus lanchas; pues se echaban al hombro los pobres harapos de su ajuar, buscaban otro agujero en que meterse con ellos y un nuevo sitio en que fondear sus embarcaciones, sin volver la vista atrás, ni dárseles una higa por todo el ruido y aparato de la nueva civilización que los iba acorralando poco á poco.
Solo por el lado de la fachada principal se presenta el edificio en su majestuosa grandeza; los demas lienzos de su elegante construccion aparecen ocultos entre las apiñadas casas que le cercan, lo cual produce una verdadera pena, pues la Catedral merecia presentarse sola y despejada á la admiracion del viajero.
Ensanchado el pecho con esto, subió á la tribuna. Desde arriba miró aquella multitud de cabezas apiñadas, y recibió de un golpe las miradas curiosas de tantos ojos. Aquello le pareció un abismo. Su rostro, encendido por la turbación, se puso bruscamente muy pálido. Hubiera querido hablar con los ojos cerrados.
La luz que Facia había encendido en la lamparilla del dormitorio al salir de él, y que aún conservaba en la mano, iluminaba un poco aquellas fauces entenebrecidas; y así pude entreverlas atascadas, materialmente, de figuras apiñadas y oscilantes que miraban hacia nosotros con impaciencias voraces; y aun hubiera jurado yo que allá en el fondo, detrás de toda la masa, pero alzándose un codo sobre la cabeza del más talludo, relucían, como dos linternas en un túnel, los ojazos verdes y saltones del gigantón de la Castañalera.
Palabra del Dia
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