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Actualizado: 10 de junio de 2025
Freya volvió la espalda, como si le ofendiese el recuerdo de su paso por este antro. El viejo camarero se ocupaba ahora de ellos, empezando á servir la comida. A la botella de vino vesubiano, completamente agotada, había sucedido otra distinta, que perdía poco á poco su contenido. Los dos comieron poco; pero sentían una sed nerviosa, que les hizo tender la mano hacia el vaso frecuentemente.
No es esto el palacio encantado, rico y espléndido que nos describe el poeta árabe de las Mil y una noches; es, al contrario, un antro sombrío y siniestro, un lugar terrible.
Rafaelito era socio de todos los círculos distinguidos y decentes donde se baila, mientras arriba, en una habitación con luces verdes, guardada y vigilada como antro de conspiradores, rueda la ruleta con sus vivos colorines o se agrupan los aficionados en torno de las cuatro cartas del monte.
A lo lejos sonaba la hora cantada por los serenos, rasgando vibrante la bochornosa calma de la noche estival; y los trasnochadores que volvían del café o del teatro deteníanse un instante ante las rejas para ver en su antro a los panaderos, que, desnudos, visibles únicamente de cintura arriba, y teniendo por fondo la llameante boca del horno, parecían ánimas en pena de un retablo del purgatorio; pero el calor, el intenso perfume del pan y el vaho de aquellos cuerpos, dejaban pronto las rejas libres de curiosos y se restablecía la calma en el obrador.
Media hora después, cuando las tinieblas se hicieron muy profundas y el frío llegó a ser excesivo, la bruja encendió una hoguera con ramas de brezos, que proyectó sus pálidos reflejos en los macizos de piedra rojiza, hasta el fondo del antro, donde dormía Catalina con los pies metidos en la paja y las rodillas cerca de la barba. Fuera había cesado el ruido.
Palabra del Dia
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